La luz eterna ‑dice‑,
la luz eterna. El ciego
desde dentro contempla
las lámparas que penden
como ramos de dátiles
encendidos, o lluvia
de centellas. ¡Piedad!
Las oraciones tiñen
de luz o de saliva
sus ojos sin pestañas.
Antiguos Alumnos de Magisterio SAFA (AAMSU)
La luz eterna ‑dice‑,
la luz eterna. El ciego
desde dentro contempla
las lámparas que penden
como ramos de dátiles
encendidos, o lluvia
de centellas. ¡Piedad!
Las oraciones tiñen
de luz o de saliva
sus ojos sin pestañas.
No hace mucho, en el receso de unas jornadas de interés gastronómico, comentaba con unos colegas acerca de las escasas elaboraciones culinarias basadas en el ave pintada que se encuentran en los restaurantes nacionales. De entre los que allí estábamos, nadie recordaba ningún establecimiento que incluyera a la numida entre sus platos, y las razones que se barajaron para comprender, o justificar, tal ausencia fueron de lo más variado.
Para mí la cuestión es sencilla: moda. En España, la pintada no está, ni ha estado, de moda. Y es que, esto de la moda ‑tendencias, corrientes, o como quieran ustedes calificar‑ no es un fenómeno del que el mundo culinario pueda abstraerse. A las pruebas me remito.