Como transcurría el plazo dado para salir de la casa, tomé la decisión de marcharme antes de que llegase la noche. Iría hacia la parte de la provincia donde no me conocían, al no haber estado por allí; aunque tuviese el inconveniente de encontrarse allí los pueblos más rojos y feroces. Dios me ayudaría…
No pude comer nada durante el día y mucho menos a la noche, pues veía apenada a mi familia bienhechora al no poder evitar mi marcha. Antes, me cortaron el pelo y me prepararon una talega pequeña con pan, chocolate, galletas y un poco de embutidos. Ellos no podían socorrerme ni yo podía verlos tan apenados. Nos despedimos hasta… ¡la eternidad! Yo estaba resignado a que ésa era la voluntad de Dios, y me lancé a la calle.