Unas líneas pensando agradecido en los amigos de la Safa que me han escrito un mensaje de pésame.
Hélène y yo, como dos hormiguitas al pie de un inmenso muro, como una de esas montañas de los gigantescos Alpes que tengo ante mis ojos, desde el salón de la sección de Cuidados Paliativos. Así como dos hormiguitas rezábamos –más bien gritábamos-, Hélène y yo pidiendo ayuda a Dios. Y sin parar durante los tres infinitos meses de su lenta agonía.
Y Dios que no responde. ¿Nos oye siquiera? Ante el absoluto silencio de Dios y su aparente sordera, se comprende bien la tremenda exigencia de la fe para seguir invocando a Dios. Es como lanzarse al profundo abismo, en la oscuridad más completa, contra toda racionalidad y contra toda experiencia de los sentidos. ¡Qué noche tan oscura del alma! Eso es la fe sentida en toda su crudeza.
Hélène me tenía a mí por su dios, porque siempre le había resuelto sus problemas. Tres meses diciéndome cientos de veces: «Ayúdame Blas. No puedo más». (Como me imagino que hace un náufrago en alta mar). Yo era un dios impotente, absolutamente incapaz de hacer nada por ella. Salvo asfixiarla con la almohada. Lo que yo no haría de ninguna manera.
Y yo diciéndole: «¿Qué puedo hacer por ti, Eleni agapi mu (amor mío)? Anda, di conmigo: «Ayúdanos Dios mío, a Hélène y a Blas».
¿Pero qué ha hecho esta inocente niña para ser castigada tan duramente? ¿Y para qué sirve este dolor? A mí me es difícil entender la utilidad del dolor de Jesús en la Pasión. Y me acuerdo de lo que se nos ha dicho desde los años del catecismo. Y me acuerdo de algunos textos de San Pablo: «Y Dios amó tanto a los hombres que nos dió su hijo unigénito…». ¿Qué necesidad había? De nuevo: ¿Por qué Dios nos pide tanto sacrificio de nuestra racionalidad a los hombres?
Jesús, en la cruz, pronuncia antes de morir unas terribles palabras: «Dios mío, ¿por qué me has abandonado?». ¿Abandonado Él, Dios? ¿El hijo predilecto de Dios entre todos los hombres así castigado?
Con Jesús, yo digo: «Nuestro padre querido que estás en los cielos…». Un acto de fe ciega.