B) Agonía y muerte de fray Juan de la Cruz.
Quizás sea en este punto donde encontramos mayor concordancia entre los dos historiadores, en cuanto a la relación de los hechos narrados y su apreciación. En efecto, tanto en el Dibuxo… del padre fray Jerónimo, como en la Vida… de fray Crisógono, la agonía y muerte del santo carmelita son similares.
En los dos biógrafos, la agonía y muerte son consecuencia de la agravación de la enfermedad:
Fray Jerónimo escribe que «Cundió, pues, el mal venenoso por todo el cuerpo, donde en varias partes levantaba tumores, y abría bocas, que le tenían en todos sus miembros condolido, y imitación de su Señor, desde la planta del pie hasta la cabeza, hecho una llaga». (Dibuxo…, p. 36); mientras que fray Crisógono dice que «El cuerpo del enfermo se va convirtiendo en un retablo de dolores. Ya no son sólo las piernas las que tiene llagadas; el mal se ha propagado a la espalda, y un nuevo tumor ha abierto en ella llagas amplias y profundas». (Vida…, p. 398).
La muerte del padre fray Juan de la Cruz será una muerte anunciada por revelación de la Virgen, según lo afirma fray Jerónimo: «Acercándose ya el tiempo de su muerte, […] le previno con sus noticias la Sacratísima Virgen, dándole a entender que un día sábado, y víspera de su limpísima Concepción, moriría a la hora de maitines». (Dibuxo…, p. 38). Nada de ello nos dice la biografía de fray Crisógono, como tampoco nos cuenta que a partir de ese momento los frailes del convento «Deseosos algunos de quedar con prendas, y reliquias suyas, le pedían les dejase el hábito, o Breviario, o cosa semejante». (Dibuxo…, p. 38).
La muerte del padre Juan de la Cruz, ocurrida efectivamente a la hora de maitines, cuando suenan las doce en el reloj de la Sacra Capilla de El Salvador del Mundo, es narrada por fray Crisógono con la mayor sencillez y casi sin ninguna intervención de elementos sobrenaturales: «No ha habido congojas ni contorsiones de agonía. El rostro, antes trigueño, queda blanco, transparente de luminosidad, y el cuerpo, lleno de llagas, comienza a despedir olor a rosas. Es el 14 de diciembre de 1591». (Vida…, p. 404).
Al llegar aquí, fray Crisógono de Jesús da por terminada su excelente biografía titulada Vida de San Juan de la Cruz.
Para fray Jerónimo de San José, en cambio, este tramo final de la vida de San Juan de la Cruz servirápara abarrotar la narración de eventos portentosos, precursores de los episodios sobrenaturales y milagrosos que van a ocurrir tras la muerte del santo.
Ya el episodio del óbito del padre Juan de la Cruz está contado por la pluma de fray Jerónimo con multitud de prodigios luminosos que suceden en la celda: «Viose a este tiempo, poco antes que expirase, un globo de luz, como de un fuego muy claro y hermoso, que rodeó todo el cuerpo del Varón Santo: y era tanta la claridad de este resplandor, que ofuscaba la de veinte y tres velas, que en el altar, y manos de los Religiosos ardían en aquella celda. Y en medio de esta gran luz se veía estar aquel abrasado Serafín, como un sol resplandeciente, y transformado todo en Dios […]. Quedó su rostro, acabado de expirar, con un baño de resplandor admirable. Sintióse en la celda un olor, y consuelo maravilloso. Salía del cuerpo del Varón Santo, tan grande fragancia, que se extendió por todo el Convento». (Dibuxo…, p. 40).
Y, como anticipación de los prodigios que se van a narrar en el apartado siguiente, a propósito de las reliquias, se nos cuenta que «Los Religiosos y Seglares todos que allí estaban, le besaron luego los pies, y se repartieron los pobres despojos de su hábito; túnica, Breviario, y lo demás que había tocado, o servido en la enfermedad, como Reliquias muy preciosas». (Dibuxo…, p. 41).
C) Portentos y milagros de las reliquias.
Aunque fray Juan de la Cruz muere, como se ha visto, en “olor de santidad”, su beatificación no se producirá hasta 1675, durante el papado de Clemente X, y la canonización en 1726 por Benedicto XIII. No es de extrañar, pues, que en su Dibuxo… de 1627, el carmelita descalzo fray Jerónimo de San José desee aportar en su biografía el máximo de manifestaciones portentosas que ayuden a glorificar a su biografiado. Y es lo que va a hacer desde el momento en que fray Juan de la Cruz fallece:
«Al punto que expiró, se apareció en la Ciudad, y fuera de ella a muchas personas devotas;y en este mismo llegó a la portería dando voces un hombre, que le dejasen ver al Santo, que le acababa de librar de un evidentísimo peligro de muerte, que aun en la suya pudo Juan, como Cristo, dar vida, y ofrecer a un delincuente el Paraíso. […] Enterráronle acudiendo toda la Ciudad con innumerable concurso, y obrando nuestro Señor prodigiosas maravillas. Viose las noches siguientes salir una gran luz de su sepulcro, y cada día nuevos milagros, que se hacían con las vendas, y ropa, y todo lo que había tocado el Venerable Varón».
Sabemos que fray Juan fue enterrado en la iglesia del convento carmelitano de Úbeda. Sin embargo, en la fundación del Carmen de Segovia, la Orden aceptó que allí en Segovia debía de ser enterrado fray Juan dondequiera que muriese. En consecuencia, el cuerpo de fray Juan de la Cruz fue trasladalo secretamente de Úbeda a Segovia en 1593:
«Enterada la ciudad de Úbeda del traslado ‑leemos en el Apéndice de vida, p. 419‑, hizo persistentes protestas que motivaron un breve papal para que se devolvieran a Úbeda al menos partes notables del cuerpo del santo». Al respecto, fray Jerónimo apunta en su Dibuxo…: «También en Úbeda, que habiendo reclamado, y pleitado en Roma por el sacro despojo, alcanzó por concierto parte de sus Reliquias para venerarlas, y honrar la memoria de tan esclarecido Varón». (Dibuxo…, p. 42).
No sabemos cuáles fueron esas «partes notables del cuerpo del santo» que quedaron en Úbeda. Si atendemos a las que se refiere fray Jerónimo en su Dibuxo…, sólo se alude explícitamente a dos: un pie y un dedo. Los milagros que produjeron estas dos reliquias fueron múltiples y de diferente índole. Es de notar que la mayoría de los prodigios se producen en mujeres de las que se dan a conocer sus nombres y apellidos ubetenses:
—«En Úbeda a una niña, hija de D. Bartolomé de Ortega, que estaba agonizando de enfermedad de viruelas, le llevaron la reliquia de un pie del Venerable Padre, que hay en aquella Ciudad, y tocándole con ella, cobró luego tan repentina y entera salud, que pudo al punto hablar, comer y dormir. Por lo cual llamaban La niña del milagro». (Dibuxo…, p. 44).
—«Doña Juana Godínez de Sandoval, hija de D. Francisco Godínez de Sandoval, acometida de un repentino accidente de frío, […]. Llorada ya por muerta, le aplicaron la Reliquia del bendito pie sobre el pecho, con lo cual (¡Oh admirable caso!) luego la que parecía difunta, se abrazó, y volvió en sí, tan buena, y sana». (Dibuxo…, p. 44).
—«Lo mismo sucedió allí a otra señora, llamada Doña Lucía Vela, la cual apretada de una grandísima enfermedad de apoplegía, y ocupada de un mortal paroxismo, apareció haber finado del todo […]. Tocáronla con la misma Reliquia (el pie) y al punto parece se le infundió alma, sentido, habla, y consuelo». (Dibuxo…, p. 44).
—«Un hijo de D. Francisco de Narváez, llamado Rodrigo, de edad de veinte meses, el cual habiendo caído de un corredor muy alto. […] Agonizando ya el niño, sin esperanza de vida, le aplicaron a la cabeza la misma Reliquia (el pie) del Venerable Padre, a su toque (¡Oh rara y divina virtud!) cesó luego la sangre, conformóse la cabeza, consolidáronse los huesos, y todo el cuerpo del Niño se reparó». (Dibuxo…, p. 45).