02-03-2011.
A la mujer que decía llamarse Amalia y que con aire sonriente le daba la mano, Alfonso, el malhumorado y misógino Alfonso, estuvo a punto de responderle secamente que él no se llamaba León, que cometía un error, que se fuera a tomar viento y que si lo que estaba buscando era que la invitara a café, «Ahí tiene usted un par de euros, tómeselo donde quiera, pero déjeme tranquilo».
Liberado de la sorpresa inicial, Alfonso comprendió enseguida que aquella mujer menuda y bien peinada lo había tomado por su amigo Leo. Mecánicamente le alargó la mano diciendo «Hola, Amalia, buenas tardes», y un barullo de pensamientos se le agolpó en el cerebro mientras que la tal Amalia se desembarazaba del abrigo y lo dejaba sobre el respaldar de la silla, algo extrañada de que él no la ayudara.
«¿Por qué Leo ‑pensaba Alfonso‑ no me ha dicho que tenía una cita?; ¿qué había detrás de todo aquello?; ¿qué le estaba escondiendo a él, su mejor amigo?; ¿y qué estará buscando esta pelandusca?».