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Me gustaría poder expresar, con la facilidad que lo hacéis vosotros, tantas y tan buenas cosas. Y ello sin ánimo de polémica y mucho menos con intención de que alguien se pueda sentir mal por mis palabras. Creo que la amistad de los muchos años que convivimos juntos está por encima de cualquier malentendido o discrepancia.
En más de una ocasión, tras la lectura de vuestras aportaciones, me han entrado verdaderos deseos de participar en vuestros intercambios de opiniones, pero mi poca pericia y escasa facilidad en esto de la escribanía, me han hecho desistir una y otra vez.

Si ahora me he atrevido, es quizás por haber vivido personalmente las consecuencias de ese “sentimiento nacionalista” ¡¡EXCLUYENTE, INSOLIDARIO y DESPRECIATIVO!!
Tengo grandes amigos catalanes de pura cepa, que aman y conocen Cataluña, su tierra, como –desgraciadamente‑ los andaluces no amamos ni conocemos a nuestra Andalucía. Que tienen un corazón tan grande, que les cabe el mundo entero. Y que saben dar y darse. Y que saben y quieren compartir su tierra con la tierra de todos los que allí llegan, sin sentirse por eso menos catalanes. Ellos me enseñaron a amar Cataluña y, a través de ellos, me sentí más andaluz que nunca, aunque parezca paradógico.
Pero desgraciadamente, de unos años a esta parte, a los “castellano parlantes”, a los oriundos de otras tierras de “España” (a no ser que sean “o se manifiesten más papistas que el Papa”), desde los estamentos político‑religiosos nacionalistas (¿os suena eso del “Nacional-catolicismo”) se les trata y se les hace “sentir” como puedan sentirse tratados muchos “magrebíes”.
Cuando llegamos a Cataluña los que tuvimos que emigrar buscando las posibilidades que nuestra tierra no nos podía dar, (porque durante la Dictadura, el dinero se sangraba de las regiones pobres para enriquecer aún más a las regiones más ricas), nos sentíamos defendidos por los partidos y sindicatos de izquierdas. A pesar de que ya no estoy allí, (“La enseñanza en Catalunya sólo se arreglará cuando deje de estar en manos de castellano parlantes”, palabras dichas por el mandamás de los jesuitas catalanes ante toda la comunidad educativa: padres, profesorado y personal de administración y servicios del colegio en el que yo trabajaba como docente allá por los años 70), como decía, a pesar de que ya no estoy allí, siento en mis propias carnes la indefensión de tantas y tantas personas ante los acontecimientos que allí están ocurriendo. Entonces yo tuve la posibilidad de que me defendiera un abogado de la UGT. ¿Quién los defenderá ahora ante tanto atropello?
Por eso comparto plenamente las palabras de Dionisio. No se pueden decir las cosas mejor. Creo no equivocarme en mi convencimiento de que Diego se siente también así. Nos lo demuestra en su lucha día a día por conseguir la verdadera integración, metiéndose en el pellejo de la comunidad magrebí. Es necesario haber sentido el rechazo para comprender y compartir los sentimientos y vivencias de una persona (o comunidad) rechazada.

 

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Publicado en: 2006-02-05 (58 Lecturas)

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