A don Jesús María Burgos

Finalizaba ya la difícil década de los cincuenta y estábamos cursando Preparatorio. En la Tercera División no ganábamos para sustos. El día menos pensado mandaban a casa a un compañero sin más explicaciones. Aquel año, unos quince o veinte alumnos no volvieron al colegio después de vacaciones de Semana Santa. A los demás, no nos quedaba otra salida que rezar y pedirle a Dios que, si era capaz, nos salvara de la expulsión. Sobrevivir no era agradable ni infundía seguridad. Los que superábamos la criba teníamos un aire de tristeza, soledad y sensación de fracaso semejante al que debían sufrir los expulsados.


Lentamente, como pasaba entonces nuestro tiempo, llegamos felizmente a la Segunda. Allí le conocimos. Joven, siempre rodeado de muchachos, sonriente y feliz. Profesor de Latín y Literatura, ninguna inquietud humana le era ajena y cualquier actividad le interesaba. Sin apenas medios, y con ayuda escasa, su compañía con nombre griego, Tespis, representó magníficas obras de teatro. Fundó un periódico que gracias a Juan Márquez fue un éxito de ventas; organizó campeonatos deportivos y salidas culturales a los pueblos; responsabilizó a todos los alumnos con encargos para que ninguno se sintiera poco importante. Durante la cena, dos o tres días a la semana, en algunas mesas del comedor se hablaba sólo en francés; creó seminarios de declamación; nos enseñó a confeccionar ficheros, a amar el campo y la lectura y a buscar soluciones en los libros.

 

Maestro de la palabra, del ingenio y de la picaresca, disfrutaba desconcertando a sus interlocutores con trampas y estratagemas. Un día en la piscina de la Yedra se hizo pasar por Inspector de Sanidad para que pudiéramos bañarnos gratis.

—¿Sabe usted leer? —preguntó al guarda de la piscina.
—No señor —respondió éste.
Entonces, le mostró un carné cualquiera de los que llevaba en la cartera, para que el pobre hombre comprobara que ciertamente se trataba de un Inspector en visita de control. Cuando le aseguró que no le sancionaría, el funcionario le besaba las manos, sumiso y agradecido.

 

 

Cómo se reía cuando al colegio llegaba una protesta porque, los jueves por la tarde, los niños de don Jesús se comían las habas de los huertos cercanos.

Para los alumnos menos dotados para el deporte o las artes, inventó un “Equipo de jardineros” especialmente laborioso. En los recreos, iban de un sitio a otro con palas, espuertas y azadones, trayendo y llevando arena, rellenando baches y mullendo el foso de salto de longitud. Un día, el jefe del equipo, recibió una carta anunciando que su familia pasaba momentos muy difíciles. El muchacho llorando le dijo a don Jesús que dejaba el colegio para ayudar a sus padres.
—Y ¿qué va ser ahora del “Equipo de jardineros” si lo abandonas?
El chico lo pensó, valoró la situación y optó por seguir al frente del “Equipo de jardineros” y terminar sus estudios. (Se trata de Juan González Zenni).
Un triste día, fue desterrado del “paraíso”, pero nadie consiguió desterrar de nosotros su ejemplo, su entusiasmo y su amor infinito por la educación. Y al terminar los estudios, le imitamos y hablamos de él a nuestros primeros alumnos y creamos clubes de camping, como él hacía —el mío era Elpis, que es ‘esperanza’ en griego—. No obstante, la fuerza desordenada de nuestra juventud hizo que pronto su recuerdo fuera sólo una sombra en la memoria. Cuarenta años pasaron hasta volver a verle, en su casa de Valladolid, rodeado de flores, libros y pajaritos, como uno se imagina que viven los poetas. Y juntos recordamos aquel largo camino recorrido, y volvimos a hablar de Úbeda y la Safa y recitamos los versos que nos enseñó, cuarenta años después:
“Yo tengo en mi guzla de son berberisco…”.
Y de nuevo surgió el educador, recomendando libros, preguntándome por mi matrimonio y mi familia, ilusionándome con la vida y animándome a rechazar el aire tristón y melancólico que adivinaba en mí. Se entusiasmó con el proyecto de fundar una Asociación de antiguos alumnos de magisterio de nuestra Safa de Úbeda. Hablamos de casi todos los que estamos y muchos de los compañeros que no han venido. Era evidente que la idea de volver a reencontrarse con nosotros le llenaba de vida y de ilusión. Y a su llamada acudimos para volverle a ver, escuchar su palabra —que es el mayor don de los educadores y del hombre—, y agradecer de nuevo su afecto y su amistad.
Aquí estamos maestro, de nuevo junto a ti, después de tanto tiempo. Hoy somos nosotros los que ponemos notas, repartimos diplomas y suspendemos y aprobamos a los que fuisteis nuestros educadores. Y al decir en voz alta tu nombre, Jesús María Burgos Giraldo, como hacía el padre Sánchez, miro con disimulo la libretilla azul y leo: Por habernos enriquecido y honrado con tu ejemplo y tu amistad sincera, por haber entrado en nuestras almas con raíces firmes y profundas, por haber formado parte de nuestras vidas, por tu afecto y tu entrega, te dedicamos esta placa y te decimos que disculpes nuestros silencios, que hoy estamos aquí contigo para consolarte, animarte y decirte que aunque un poco mayor, estás muy guapo y que tu obra y tu recuerdo serán siempre la página más importante de los mejores años de nuestras vidas.
Barcelona 23-09-2004.
Nota: Dionisio no pudo leer esta presentación, porque se puso enfermo y se tuvo que quedar en Barcelona. Don Jesús tampoco pudo asistir a la Asamblea por prescripción médica. Manuel Ballesta la leyó y añadió una perspectiva personal, que añadiremos más adelante. Llamó a su hijo Manuel Jesús y ambos, el niño en brazos de su padre, recogieron la placa para entregársela más adelante al abuelo ausente.

 

 

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Publicado en: 2004-09-25 (94 Lecturas).

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