Naturalmente, todo arranca de aquel juego infantil, a modo de trabalenguas, que nos gustaba entonar con ritmo lento —en principio—, para ir acelerándolo hasta conseguir el soñado error: del coro al caño y del caño al coro. Inténtalo decir deprisa varias veces y verás… Éramos niños y nos gustaban las palabras que nuestros padres nos prohibían.
Otro juego, ya más picarón y de gente más crecida, era el de las anfibologías de paz y pájaro. Ambos términos no pueden ser más inocentes; pero hete aquí que me dijeron que la paloma es el pájaro de la paz, y yo me lo creí en su simbólico sentido de siempre. Sin embargo, cuando mi interlocutor siguió con la retahíla, ya me puse algo en guardia: la esposa es la paz del pájaro. Aquello no cuadraba… El viejo tiene el pájaro en paz… El soltero no deja en paz el pájaro… La solterona no conoce la paz ni el pájaro… La viuda no vive en paz sin el pájaro… Cuando se te muere el pájaro te quedas en paz… ¡Hay que ver las cosas que se inventa la gente!
Juegos como estos me hicieron, andando el tiempo, buscar ese incierto sentido sexual que algunas palabras parecen tener. Así fue como descubrí que, en el fondo, las palabras son literatura y liberatura de nuestros deseos. Una especie de renovado juego infantil procaz y gratificante.
Lo que pasa es que nosotros siempre le estamos buscando tres pies al gato, intentando darle a estas cuestiones filológicas connotaciones falológicas. En este sentido, comencé a analizar palabras y me encontré con testículo. Su proximidad fónica con textículo nos permitiría poder utilizar este término para referirnos a textos breves. Pero, a ver quién es el guapo… En esta misma línea, a una persona le sienta muy bien que se le diga que su comportamiento es sesudo; pero no parece oportuno decírselo con la letra equis: sexudo.
Sin embargo, con pichón no hay inconveniente, a pesar de su clara connotación fálica.
Algún amigo, en su afán de ayudarme en esta búsqueda de variantes, me propuso etimologías inusitadas como que compenetrar viene de con pene (en)trar; y lo defendía, apoyándose en la propia definición del diccionario: ‘Penetrar las partículas de una sustancia entre las de otra, recíprocamente’. Por más que intenté disuadirle de su propuesta, se aferraba a aquello de que penetrar, según el mismo diccionario era ‘introducir un cuerpo en otro por sus poros’. ¡Precisamente, por sus poros…!
Otro me propuso un acertijo, o mejor un calambur, porque de eso se trataba a la postre. Me preguntó que si yo sabía lo que era un señor meticuloso. Naturalmente le dije que sí; que era un señor escrupuloso, concienzudo, que cuidaba hasta el último detalle. Él me dijo que un señor meti-culoso es ‘el que ensancha el círculo de sus amistades’. Se sonreía maliciosamente mientras yo me quedaba pati-difuso. Llegó hasta la exageración de decirme que concupiscencia es ‘la ciencia de hacer pis con el culo’.
La verdad es que las palabras, además de sexo, tienen humor. «Claro, claro —me dijo otro interlocutor—. Ya sabes… Del dicho al lecho hay mucho trecho».
Podemos concluir que hay palabras sensuales, sexudas y sesudas. Una palabra sensual sería caño, de agua fresca; una sexuda sería coño, (para qué más explicaciones); y una palabra sesuda sería coña, que es lo que estoy haciendo.
Y, para no darla más, aquí lo dejo.
14-09-04.
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