Úbeda, 25 de septiembre de 2004

En Úbeda fue. ¿Dónde si no?
Cartas y voces me fueron llegadas… En todas rebrinca el gozo del éxito. Organización. Clima. Fraternidad. Todo espolea la pena de mi ausencia.
Alguien que no asistió se interesa por mis ojos. Gracias. Me justifica su ausencia. Todo vacío en el Concilio de la Amistad es sensible. Pero respetable. Y, salvo en situaciones puntuales, no requiere excusas. Cada quien sabe por qué asiste o por qué se queda en casa. Yo sé qué es lo que a mí me arrastra a Úbeda. Y os lo voy a contar. Porque esta ausencia me ha repicado muy adentro.

Yo no me apunto a Úbeda por pura añoranza —que lo nuestro no es una cofradía de inactivos nostálgicos—. Mucho menos por gratitud con la Safa. Que yo estrené las Escuelas crecidito ya. Y como los borregos dejan lana en los zarzales, yo dejé en la Safa seis años de mi juventud. Las primicias eran de mi vida laboral, en tan devaluado menester, que nunca llegué a percibir cien pesetas/día… Y desplumado y cacareando salí… Pero sin esos años, acres e inhóspitos, no me cuadra el puzle de mi vida.
Aquellos mocetes desharrapados, reprimidos, en una Safa distante y arbitraria, recogieron, se hicieron con mi vida desnortada. Y me dieron calor, sentido y horizontes. En sus cartas, visitas y llamadas, decenios he abrevado yo mis nostalgias. Creativos y filiales irrumpieron en mis adentros. Y, cincuenta años por medio, sentados siguen a mi mesa. Y siempre que hube a mano la lotería del reencuentro, vigorosos se me alargaban los brazos… y me crecía el alma…
Aquellos rostros infantiles, adolescentes, en los que yo auguré y avivé triunfos y conquistas, me llevan a Úbeda. A retomar, degustar y completar esas biografías que va para medio siglo se prendieron en mi vida. Y nunca vuelvo de vacío. Una transfusión de amistad, de pertenencia, de vida es para mí cada encuentro. ¡Qué bien Ballesta! Me seduce, me arrastra a compartir estrechamente la felicidad que aún nos guarde la copa de la vida. A esto, mientras el alma me lo soporte, peregrinaré yo a Úbeda. Salvo mis ruinas, nada os aporto… Pero cuán enriquecido regreso. De recuerdos como hilos de oro vengo cargado. Y con ellos devano mi vida antañona y escurridiza. Que la vejez entretenida con almas y recuerdos jóvenes es menos vejez…
Bétula, Bétula… Sus entornos, templos, plazas y palacios… El aire, que en una larga torera, salva los cerros. Y se peina y afina en sus torres y en el talle de sus niñas. Soporte me ha sido para soñar y añorar…
Y vosotros, mis amigos, germinalmente localizados en Úbeda, seguís siendo para mí como el contexto a la palabra. Me determináis, me potenciáis, me exultáis… Hasta la desconsideración de la Safa me habéis borrado… De sólo recordar que, en la Safa, en poco tiempo y a contrapelo, coseché yo los racimos que dieron buqué, cuerpo y alegría al vino de mi vida. Y sabido es que quien bendice el vino, la viña que lo produce bendiciendo está.


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Publicado en: 2004-10-19 (78 Lecturas)

 

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