Noticia luctuosa

Diario de Cádiz
Diego Verdera Casanova, de 55 años de edad, resultó muerto por ahogamiento mientras que se bañaba en la playa de la Victoria, según informó ayer la Policía Local.
El cuerpo del hombre fue localizado en la playa a la altura de la calle Nereidas pasada la medianoche del viernes. Tras llegar a la zona un patrullero de la Policía Local, no se pudo hacer nada por reanimarlo, constatando los agentes su fallecimiento, tras lo cual se dio aviso a la Policía Local y al juzgado de guardia para el levantamiento del cadáver.

Nacido en 1948 en la localidad onubense de Isla Cristina, el fallecido estaba domiciliado en el Paseo Marítimo de Cádiz. Según se informó, Diego Verdera se había marchado a la playa en la tarde del viernes, como era habitual él. En este sentido, el fallecido llevaba una aleta deportiva en uno de sus pies cuando fue descubierto su cuerpo.
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Sentimos profundamente la muerte de un compañero tan querido por todos.
Que la paz le acompañe.
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Memento
A mi amigo Diego Verdera, que nos avisaba cuando el teléfono sonaba en el corredor de los estudios, que nos trajo una vez un camaleón y nos contaba historias del penal con acento de Cádiz.
 
Venía de la luz,
de la piedra,
del  mar,
de la emoción…
de mil mundos
de millones de años.
Llegó a Úbeda,
de paso a lo celeste,
como un irrepetible ser,
y nos dejó,
a todos,
el gozo inmenso,
verdadero,
de haberlo conocido,
y nada más.
De haber reconocido
en su sonrisa,
en su andar,
en su mirada,
algo
que todo lo trasciende
y está más allá del Universo.
José del Moral de la Vega.
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Enterado del luctuoso suceso de la muerte de nuestro compañero Diego Verdera, os expreso mi más sentido pésame a todos los que tuvisteis la suerte de conocerlo. Mi amigo José María Ávila me comunicó el trágico desenlace y junto con él sentí tan sensible pérdida.
Un abrazo fraterno a todos.
Francisco González Biedma.
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Estimado José María y compañeros safistas:
Mi dolor se une al de todos los que fuimos compañeros y amigos de Diego Verdera. Lo recordaré siempre con aquellos diecitantos años, servicial como nadie y con una vitalidad arrolladora. Que Dios acoja en su seno a nuestro querido Diego.
Un abrazo.
José María Nieto.
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MARINERO DE ISLA CRISTINA
Por Diego Rodríguez Vargas.
Diego Verdera era de Isla Cristina y de Cádiz. De ningún sitio más. Su paso por Úbeda fue, entre otras cosas, para pregonar a cuatro vientos que su “Tacita de Plata” y su Isla Cristina eran lo mejor del mundo entero.
A mí me comió el coco hablando de las playas del Puerto de Santa M.ª, de La Victoria de Cádiz, del pescaíto frito, de la bahía, del mar… ¡qué sé yo! Tantas y tantas interminables conversaciones marineras que terminé por suplicar al padre Mendoza, entonces responsable de adjudicación de plazas de maestros, que me enviase al Puerto de Santa M.ª o a Cádiz, si era posible. Yo quería vivir donde Diego Verdera vivía, disfrutar, como él, de las cosas sencillas de su tierra. Creo que, en el fondo, despertó en mí el anhelo de la libertad que significaba independizarse y descubrir nuevos horizontes.
 
 
Diego Verdera es el segundo por la derecha. Foto enviada por Rosso.
 
Al terminar magisterio, cuatro compañeros (Sebastián Marín, De la Cruz Cuerda, Diego Verdera y yo), con una tienda de campaña, nos fuimos de viaje fin de estudios a conocer la tierra de la que tanto oíamos hablar a Diego. ¡Qué fatigas pasamos en aquella diminuta tienda!
Después de las paradas en Sevilla y Puerto de Santa M.ª, llegamos a Cádiz donde la familia Verdera nos acogió en su humilde casa de la Alameda de Apodaca. Jamás olvidaré la sencillez en el trato, el cariño que nos dieron y cómo se agrandaron los espacios para dormir en el único dormitorio que tenían distribuido en dos compartimentos separados por una cortina. La gracia de su padre diciendo “oú” a cada anécdota nuestra nos hacía reír contagiados de la más sana alegría.
Tuve suerte. Aquel mismo año, mi primer destino fue en la Safa del Puerto; y mi primer alojamiento, en la habitación que compartí con él en una ruinosa y húmeda casa de maestros que gratuitamente nos cedieron.
Desde aquel curso de 1968-69 no nos volvimos a ver hasta el encuentro de los veinticinco años de nuestra promoción. Ni él me reconoció a primera vista ni yo a él. Seguramente la ausencia de pelo en la cabeza nos había transformado. Pero, al descubrirnos, nos fundimos en un auténtico abrazo de amistad.
Poco después, en el comedor del Parador de Turismo, apareció disfrazado de Conde Drácula al más puro estilo carnavalesco. ¡Cómo le gustaban los disfraces, y la “guasa”!
En otro encuentro, al que yo no pude ir, apareció vestido de marroquí vendiendo “relojes baratos” sobre una manta en el suelo. Sus ocurrencias eran imprevisibles.
En octubre hablé con él por última vez. Me llamó desde Ronda para desearme suerte en la presentación de mi libro. Las últimas palabras que le oí fueron: “Soy feliz porque he conseguido comprarme un piso en el paseo marítimo de La Victoria. El mar es mi vida y necesito mirarme en él cada día”.
Al enterarme de su muerte, maldije por un instante su mar y su playa. Mi amigo Diego, mi tocayo como tantas veces me llamó, el que me hizo descubrir ese paraíso de color que es la bahía de Cádiz, quien me deslumbró con tantas historias de marineros, quien me regaló tantas veces lo mejor que tenía… ya es marinero en la eternidad.
No son estas líneas un llanto de tristeza. Son un canto a la vida, a la forma de entender el presente, a la sencillez, a la imaginación, a la sonrisa… y al mar que tanto amó y que ahora, en un golpe inesperado, le arrebató la vida.

No sé donde estás, ni siquiera si estás. Sólo quiero pensar que vives en la otra orilla de la vida, en un carnaval permanente de alegría. La que tú transmitías a quien tuvo la suerte, como yo, de ser tu amigo.

 

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Publicado en: 2004-06-23 (262 Lecturas)

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