Burgos, cuéntame cómo pasó

Dicen que la Historia no es como pasó, sino como la recordamos. Hoy, casi cuarenta años después, indudablemente hay que abrir la mochila de los recuerdos y emborracharse de aquel tiempo tan feliz de nuestra adolescencia.
Nos enseñaste a soñar por las noches, pero con la responsabilidad de hacerlos realidad durante el día. Nos hiciste vivir una vida bella, incluso en las horas tediosas del internado.

Yo, sin embargo, como estudiante caído del árbol de la sabiduría, como hoja muerta del otoño (septiembre) en que tuve que decir adiós a la “carrera”, tengo que recordar aquella canción del verano, que hablaba de hojas verdes y en la que íbamos soñando caminos, desde el amanecer hasta la tarde.
Y era, fue en los veranos de aquel tiempo tan hermoso de la historia; fue y es como la recuerdo.
Aquel desayuno en la cafetería Suizo de Granada a cuerpo de rey. Le decías al camarero: “¡Cómo comen estos andaluces!…”. Cuéntame cómo pasó, Burgos, cuánto te costó aquel opíparo almuerzo. O aquel mediodía a la salida del metro de Cuatro Caminos en Madrid, hartos de percebes, cuando nos invitaste a irnos sin pagar. Cuéntame cómo pasó y cuánto pagaste por esa mariscada.
Los días en las mejores playas: Nerja, Benidorm, Oyambres y todas las de la romántica y clásica bahía de Gerardo Diego. Fue allí, en el puerto de Santander, donde nos saciaste de sardinas en aquel bar: querían cobrárnoslas a precio de langosta. Tus buenas palabras condujeron a la invitación del camionero que quería retirarse de la carretera, “clavando” a sus parroquianos en la taberna.
Esa carretera que fue nuestra vida y milagros durante algunos veranos. Decían que el autostop estaba prohibido, pero nosotros lo practicábamos con una pericia y suerte increíbles. El donostiarra y su hijo —digamos que algo tontico— que nos llevaron de Bailén a Legazpi. Los turistas franceses con sus “tiburones” que, por su velocidad, nos hicieron creer que no era tan ancha Castilla. El día que llegamos a Lourdes bajo un chirimiri agradable y donde cantaste, como si fueras Mario Lanza, Granada. La gente te aplaudió débilmente. Pero, cuéntame cómo pasó y qué clase de dedicatoria le escribiste a aquel admirador suizo, que te felicitó. Para este hombre, sin duda, su historia era recordar que había oído cantar al mismísimo Mario Lanza.
Cantares, coplas, pasodobles que aquel “niño de las monjas” navarrico nos ponía para despertarnos en aquel Asilo de San José de Pamplona. Luego, nos hacía subir la calle Estafeta todos los días hasta la plaza de toros.
Nadie como él sabía de tus cualidades literarias e interpretativas, pues vio claramente que Ernest Hemingway y Orson Welles, que habían hecho nuestro mismo recorrido tantas veces, podían haber sido discípulos tuyos.
El día que interpretamos, como extras, una escena de Pedro el Cruel, en Segovia, la entrevista con Carlos Estrada… La visita al Valle de los Caídos, donde creyeron que éramos nietos de “rojos” y tanto que, pese a tratarnos a cuerpo de Generalísimo, no nos dejaron entrar en la cripta porque, al parecer, alguien dio el chivatazo de que se preparaba la colocación de una bomba, de plástico, en el monumento.
Todos los días treinta de julio visitábamos Loyola y recorríamos a pie y, sin que sirviera de precedente, los últimos kilómetros entre Azcoitia y Azpeitia, bebíamos chacolí, oíamos misa en el Santuario y recordábamos con Pemán El Divino Impaciente. Le decía Ignacio a Javier: “El encanto de las rosas es que siendo tan hermosas no conocen que lo son”.
El señor Antero Guardia, de Úbeda, ha obtenido muchos premios nacionales de teatro por su excelente programación de las mejores obras y compañías. Se ha de reconocer que buena parte de sus diplomas se debían a las representaciones que nuestra compañía Tespis llevaba a cabo: En la ardiente oscuridad, El puñal del Godo, Los cuatro Robinsones y su remake La isla con tomate y Escuadra hacia la muerte, con un relleno más que lleno, pues el ilustre empresario tuvo que aumentar el aforo, con un centenar de sillas más.
Pero Burgos, yo quisiera saber hoy, tantos lustros después, por qué te fuiste de nuestro colegio. Cuando me decías que tenía el corazón cargado de sueños y grandezas yo me lo creí; pero aquel día en que no volviste, perdí toda la ilusión por ese mundo mejor que tantas veces soñamos.
Porque, si algún resentido o algún absurdo personaje te puso la zancadilla y te echó de nuestras vidas, nunca sabrá el daño que nos causó. Por eso, por lo que más quieras, cuéntame como pasó aquella historia desgraciada, por favor, lo antes posible, Burgos, cuéntame cómo pasó.

 

29-03-10.
(63 lecturas).

 

Deja una respuesta