A vista de pájaro

Hubo mucho de improvisación… Improvisación y sorpresa. Tanto, que hasta el tiempo, siendo otoño, fue como un estallido primaveral… Espléndidos florecieron el reconocimiento y los abrazos, perfumados de amistad fresca y antañona.
A nadie dolió la improvisación… Tuvo su encanto. El encanto de la expectación. Era el primer encuentro. Todos se preguntaban ¿qué nos habrán preparado? A ver cómo sale esto…
La disposición incondicional de todos fue la urdimbre sobre la que se bordó toda la jornada. Fructífera y regocijante.

El solo encuentro matinal en la explanada del colegio justificaba sobradamente la convocatoria. Emotivo espectáculo. Gentes, señores agobiados de gravedad, venerables cabezas desprotegidas y brillantes, saltarines de abrazo en abrazo… Se anularon leyes y principios psicológicos… ¿Quién dijo que nihil violentum duravit…? Sentida y vibrante nos mantuvo en vilo la emoción todo el día y parte de la noche… Nadie se hartaba de recordar, de participar en el reparto de proyectos, de convivencias futuras…
Los que llevaron a sus esposas y familiares, orgullosos las presentaban… Y ellas incontenibles, rebuscaban en el bolso. Y de allí salían radiantes y fusionados en una fotografía, la gloria de su vida y sus hijos…
A cuántos, todavía hoy, les duelen los cinco, diez minutos que no tuvieron para un aparte con… y con… Con todos… Porque todos erais amigos, como el oro en paño, guardados lustros, decenios, en las entretelas del alma.
A la hora de los parlamentos —altar y rito de la reunión—, los oficiantes subieron al estrado. Y allí, ante todos, quién más, quién menos, todos con emoción, desataron su atadijo. Y con sencillez y amor, nos repartieron su palabra… ¡Qué hermosas todas…! Tímidas, estremecidas, luminosas… Las hubo llanas como las de Jesús a las turbas. Profundas… Y algunas musicales como las cuerdas de un arpa… Distinta cada voz, cada par de manos torneando el aire… Fue como un concierto de expresión de la propia personalidad. O… más sencillo aún. Era como una suelta de palomas y mariposas… Pausadas y refrescantes se posan en los oídos y en el corazón de los oyentes.
Sin duda, los disertantes, por la entraña que le echaron al tema —más allá de su forma—, no lo advirtieron… Pero en el decir parecía que estaban sirviendo, invitando a copas de vino añejo. El vino exquisito de la eterna amistad… ¡Qué cercanía! ¡Qué cordialidad!
No era un examen de oposición… Ni siquiera los temas eran claros y convergentes… Bien que la habilidad curtida del moderador, los agrupó como varillas de un hermoso abanico. Pero aun sin esta industria, en cada exposición e interpretación personal, saltaba un afán común. Escalar, conquistar el corazón de los oyentes… Afán de abrirse una cuenta corriente en ese gran Banco de la Amistad. Y conseguir ya un mismo crédito “de sentido”, “del alma…”.
Y, sin tiempo todavía, definir, ponerle fines claros a la ambición, al empeño: ya había inquietud. En todos, disertantes y oyentes, se percibía corazón por enhebrarse en ese collar… Y es que, acaso, el filósofo de luengas palmas y testa de emperador romano, inquietó a todos. Que si malo es en tiempos de globalización, vivir a la intemperie, sin calor ni pertenencia… Vivir sin alma…
¡Qué maravilla, echar a rodar un grupo así…! Millonario en combustible, entusiasmo… Ardoroso en regalarle a la Safa, en devolverle un capital hasta ahora inactivo… E inquietos y azogados por ir más allá, por descubrir quiénes queremos ser…
Por fin, todos a una, a sacar chispas de las piedras… El que más haya que más ponga.
Que nuestros hermanos más promocionados dejen algún rato la apoteosis del Tabor… Y bajen a la llanura a repartirnos unos panes y peces… Que, como Jesús de entre sus nazarenos, ellos salieron de entre nosotros. Y nuestro orgullo y corona son…
Alguien habló ya de programar nuevos encuentros. Programados en todo con mimo y esmero. Y alguien sueña que, al final de un triduo arduo y entrañable, no estaría de más el broche de una cena y baile de gala…
¡¡Qué pasarela, Dios mío!!

29-10-03.
(59 lecturas). 

Deja una respuesta