Por más que determinadas voces interesadas se empeñen, el ritmo de la recuperación de la memoria histórica sigue imparable. Una memoria que no persigue resucitar los viejos fantasmas del pasado, esos que hicieron imposible la convivencia entre los españoles. Es, más bien, el proyecto de dignificación de un pasado vilipendiado y de unas personas que protagonizaron el proceso de modernización más ambicioso de la Historia de España, hasta ese momento.
No podemos consentir que un manto de vileza cubra la memoria de estos hombres y mujeres que dieron su vida por la libertad y por la democracia. Hasta hace muy poco, las sombras más tenebrosas envolvían a estos personajes maldecidos sin que la más mínima luz atisbase reflejos de humanidad o de bondad. Esas luces son, pues, las que debemos rescatar de la memoria para que el espectro se ajuste a la verdad histórica.
En ese intento encaja la puesta en escena de la obra de teatro Mar de Almendros de Juan Luis Mira, una adaptación de la novela Campo de los Almendros de Max Aub.
Recrean Juan Luis Mira y Max Aub la situación de miles de personas que esperan en el puerto de Alicante, ya desesperanzadas, la llegada de un barco que les liberase de la cercana presencia de las tropas franquistas. Siempre preferible el exilio más desgarrado a la expectativa, luego cumplida, de una feroz represión.
El comienzo de la obra de Mira y las páginas finales de Max Aub nos anuncian los destellos luminosos que acompañan estos dramáticos momentos:
«Estos que ves ahora desechos, maltrechos, furiosos, aplanados, sin afeitar, sin lavar, cochinos, sucios, cansados, mordiéndose, hechos un asco, destrozados, son sin embargo, no lo olvides, hijo, no lo olvides nunca, pase lo que pase, son lo mejor de España…».
«Estos que ves, españoles rotos, derrotados, hacinados, heridos, soñolientos, medio muertos, esperanzados todavía en escapar son, no lo olvides, lo mejor del mundo. No es hermoso, pero es lo mejor del mundo…».
El miércoles pasado, organizada por Izquierda Unida, se representó Mar de Almendros bajo la dirección e interpretación de Enrique Escudero, un hombre del teatro que, ya desde su adolescencia, cuando era alumno mío, vivía obsesionado con su vocación teatral. Merecen él y su compañía, en la que figura también un querido alumno mío, Juanjo Belizón, todo el éxito que yo les deseo. El equilibrio y la sobriedad escénica y el buen hacer e interpretar de los actores, acompañado de una más que discreta dirección, nos hacen pensar en una carrera fructífera de la compañía teatral.
Por desgracia, estas pequeñas compañías de teatro, en un principio, no pueden levantar el vuelo sin la subvención oficial. Apoyemos, pues, estas iniciativas por el bien de la cultura y, en este caso, de la memoria histórica.
Yo, desde aquí, apuesto por Enrique Escudero y por su dotada inteligencia para el teatro.
Cartagena, 5 de junio de 2006.