Es curioso que, al mismo tiempo que recibía tu mensaje con las magníficas imágenes y la canción de Charles Aznavour sobre Venecia, estuviera yo escribiendo un artículo destinado a formar parte del catálogo de una exposición de pintura que va a realizar un buen pintor amigo mío.Ahí te envío el artículo, aunque te falta el punto de referencia, que son sus cuadros.
Un fuerte abrazo de Juan Antonio.
Fíat lux… y nació Venecia. Tierra o, mejor, mar de artistas embriagados de la luz del Adriático: los Bellini, Giorgione, Tiziano, el Veronés, Tintoretto, Canaletto, Guardi… Una luz tornadiza y mutante que se transforma en estela cromática. Luz destellante y misteriosa en San Marcos y el Dux. Luz provocativa y seductora en el puente de Rialto. Luz vaporosa y envolvente en el Gran Canal. La luz de la pintura. Venecia nació para ser pintada.
…Y la Luna, fuente poética y romántica de inspiración inagotable. La luna nació para soñar.
Y ambas: Venecia (luz brumosa o rutilante ) y Luna (serena o abrasadora) fundidas, engarzadas, abrazadas, en tensión o en amor permanente, sugiriendo ensoñaciones, misterios… momentos mágicos y deslumbrantes. Pintura y poesía marcando el mismo compás, a veces desafiante, a veces sosegado y apacible.
Carretero vuelve de nuevo a Venecia, seducido por su ambientación lumínica, con una mirada poética, pero al mismo tiempo técnica. En ocasiones, sugerente: con matizaciones sin fin; en ocasiones, decidido: con la audacia y determinación que imprimen la seguridad y el dominio del lenguaje pictórico.
Por ello, el pintor nos regala momentos con miradas diferentes, aunque complementarias, en una línea oscilante entre figuración y abstracción.
Allá donde se decide por la abstracción, el color y la composición se funden en una técnica atrevida y meticulosa que proporciona sensaciones de fuerza y equilibrio. La pasión y luminosidad del rojo y la tibieza y oscuridad del azul, quizás aprendidos en la contemplación de Matisse, acompañan a la geometría del espacio y del horizonte, en una especie de espacialismo cromático (que algunos han llamado pintura de campos de color ‑colour field painting‑) inspirado en Rothko o Newmann, con la intención decidida o intuida de proyectar no sólo lo externo sino, quizás sobre todo, las pulsaciones internas reflejadas en el plano básico, como diría Kandinsky.
En sus gamas cromáticas (verdes, rojos, ocres, azules…), tan elaboradas y matizadas por veladuras y transparencias constantes (le da miedo al artista caer en la eclosión fauvista) añade estética a la geometría. Dice Aristóteles que las formas que mejor expresan la belleza son: el orden, la simetría, la precisión. Pero Aristóteles sin Platón se queda en puro racionalismo. Las matemáticas sin poética no devienen en pintura, porque les falta alma. Y esa armonía, nunca fácil, es la que pretende Carretero.
También introduce el artista elementos figurativos. La luna, el mar, navíos hundidos o difuminados, figuras esbozadas o insinuadas de la Venecia artística, e incluso materia adherida e integrada en el cuadro a la manera de Tápies, flotan en el espacio cromático, en un intento de equilibrio compositivo a la par que técnico o ideológico. Equilibrio interno y externo, siguiendo una vez más las sugerentes observaciones de Kandinsky.
No se miran los cuadros con la misma mirada. Indudablemente, los aspectos técnicos son elementos objetivos cuya interpretación apenas admite componendas. Pero, aparte, existen otros elementos más ligados a la subjetividad de la mirada, de cada mirada, que es cambiante entre diferentes personas e, incluso en la misma persona bajo diversas circunstancias, como repite Ortega.
Apreciando el dominio de la técnica utilizada por Carretero, por el desafío al que se enfrenta en su tratamiento de la composición, del color, de la luz… yo me inclino por su estética, que es algo complicado de definir ‑se siente más que se expresa‑, a la que contribuye la técnica, sin duda, pero que constituye el chispazo o el fogonazo que bien sacude y enerva, bien apacigua y sosiega. En todo caso, nos hace gozar en la contemplación de una obra pictórica con calidad y belleza.
Cartagena, 12 de abril de 2005.
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