Historias de Barbate DC

Allá a mediado de los años 50, vivía yo en Barbate, a donde había sido destinado mi padre. En aquella época, la ciudad ostentaba junto a su nombre la coletilla oficial de “de Franco”. Forma de denotar la admiración y agradecimiento que la clase política manifestaba hacia su “Caudillo” y bienhechor.
Recuerdo un pueblo lleno de moscas, que se multiplicaban desmesuradamente gracias, entre otras razones, al alimento sin límites, proporcionado por la descomposición de los desperdicios del atún; que se dejaban pudrir al sol en los guanos[1] para convertirlos en abono para los cultivos. Todas las casas, humildes o solariegas, lucían en sus puertas y ventanas unas cortinas hechas con redes sobrantes de pesca, tupidas por el pliegue sobre sí mismas, a fin de, si no impedir, al menos dificultar la entrada de tan molestos bichitos. Los chiquillos hacían unos artilugios con dos tablas de madera, que se batían sobre un eje al halar[2] de una guita[3], aplastando en un asqueroso abrazo multicolor a cuantos dípteros osaban posarse en su superficie, atraídos por el reclamo de un poco de azúcar utilizado como cebo. Era la escenificación en versión libre y repugnante de la famosa poesía: A un panal de rica miel… Qué gozada, las imágenes pictóricas que aparecían en la superficie caldeada por los rayos del sol estival; ni play station, ni game boy, ni ordenador, ni messenger, ni El Señor de los Anillos podrían competir con el placer que producían aquellas experiencias inolvidables.

En invierno la diversión era otra. Las calles no estaban asfaltadas, no existía alcantarillado ni agua corriente pero, cuando llovía, el agua corría por doquier formando torrenteras en todas direcciones. La zagalería, en una complicada labor de ingeniería civil, construía puentes, hacía pantanos, formaba presas y diques, desviaba cauces en un acarreo constante de materiales para la consecución del proyecto. Qué de regañinas y algún que otro alpargatazo de mi madre me llevé, cuando en verano me pillaba con el juego de las moscas, o en invierno aparecía calado hasta los huesos, orgulloso del dique que mis amigos me habían enseñado a construir. Qué buenos niños y con que cariño los recuerdo. Cómo me aceptaron en sus pandillas aparentemente cerradas pero abiertas y protectoras hacia, lo que ellos creían, mis debilidades capitalinas. Cuántos ingenieros de caminos, canales y puertos, arquitectos, y constructores, hubiesen salido de entre aquella chiquillería, de haber tenido oportunidad para ello. Pero en aquel pueblo “de Franco” (?), las oportunidades eran mínimas y máxima la falta de escolarización.
Recuerdo también un pueblo, en donde de día no se escuchaba el sonido de las canciones de la radio por la calle, ni en las casas. Procedía de Cádiz y me faltaba la referencia que sincronizaba mi reloj interno. Esta referencia era el impulso acústico producido por el ingenioso popurrí que conformaba a todas las partes del “Movimiento Nacional”, compuesto por el Oriamendi, Cara al Sol e Himno Nacional, que precedía a “El Parte Nacional” de las dos y media, y al que estaban abonados por “Decreto Ley” todos los españoles, claro está, los que disponían de electricidad. No era el caso de los barbateños, que sólo disponían de la misma a partir del ocaso, cuando encendían el generador de “La Fábrica”. Automáticamente empezaban a salir por los balcones, puertas y ventanas, las voces de: Pedro Pablo Ayuso, Matilde Conesa y Matilde Vilariño, interpretando la famosa serie radiofónica de la cadena Ser: “Matilde, Perico y Periquín”. Los domingos tenían un sonido especial; domingos musicales. La radio[4] nos despertaba y la gente caminaba más alegre al ritmo de la música que envolvía el ambiente festivo. Ese día, “La Fábrica”, como un regalo, proporcionaba la “luz” mañanera que señalizaba la festividad, alimentando las canciones de Juanita Reina, Manolo Caracol y la Piqué, que las ondas hertzianas transportaban desde Radio Sevilla, o Radio Tánger y precedidas de aquellas interminables listas de dedicatorias.
Barbate, en aquella época, disponía de una flota pesquera puntera. El muelle y alrededores rebosaban de gente relacionada con la industria del mar. Experimentaba la ciudad el bullicio propio de las lonjas, adonde acudían barcos de todos los puertos del suroeste de Andalucía para la venta y comercialización de sus capturas en aguas de Marruecos y del sur peninsular. Pescar en “El Moro”. Mi padre está en “El Moro” y nos va a traer un bonito regalo de contrabando, decían los más pudientes: un pantalón americano (lo de jeans o vaquero es posterior, cuando ya no era contrabando); unas medias de cristal o colonia para la esposa; unas pastillas de jabón Lux para toda la familia; la pluma estilográfica Parker o Hurricane,o el reloj Cauny, para un regalo muy especial. El Chester y el Malboro para el fumador dominguero.
En este muelle, se habilitó un WC para que los marineros foráneos tuviesen donde aliviar “lastre” y a cuyo cargo se encontraba un guarda que desempeñaba su función de vigilancia y control con el mismo orgullo de un general inspeccionando sus tropas. Los retretes eran de aquellos con dos peanas: en donde el individuo colocaba sus pies y en cuclillas llevaba a cabo su obrar. La alegría, el cachondeo, y el vino, corrían en esas noches barbateñas, y algún que otro juerguista no atinaba bien a la hora de ir a rendir cuentas en aquellos maravillosos servicios, orgullo del eficaz guarda, que manifestaba su enojo públicamente cada vez que encontraba algún “elemento” fuera de la redondez establecida al efecto. Como quiera que una noche, en su labor inspeccionadora, encontrase el diligente vigilante al autor del desmarque posicional del zorullo[5], y ante la sarta de reproches que dirigió al interfecto, este, que por cierto era de Lepe, al verse sorprendido en su discreta labor, altivo en el tono, sin acomplejarse por su posición acuclillada, ni por la obra que había llevado a cabo, le espetó cortante:
¿Quién —[6] es Vd. para reprenderme de tal forma?
El otro, orgulloso, le contestó con voz autoritaria:
Pues el guarda de los retretes.
A lo que el lepero respondió con voz ya más relajada y sin abandonar su posición inicial:
Pues hombre, póngase un mojón[7] en la gorra, así al reconocer su grado sabremos a que atenernos, y no habrá confusiones.
Esta anécdota del guarda barbateño me la contó mi padre, a quien se la contó un testigo directo y siempre la he tenido en la memoria. Toda historia, por muy simple que sea, encierra un mensaje que a veces no sabemos descubrir.
Años más tarde y estando ya en el internado de Úbeda, fui nombrado por el inspector de turno “Edil de wáteres”; cargo que se instituyó y agotó en mi persona. Qué categoría. Lo de los ediles eran cargos honoríficos que recaían en los alumnos dignos de elogio en alguna materia académica o en lo personal. Así que el nombramiento me cogió fuera de juego: no comprendía si aquello era un premio o un castigo, por cuanto no me creía merecedor de ninguna de las dos cosas. Lo que si comprendí y entendí fue la hilaridad que produjo en toda la División la lectura del cargo, mientras, yo me imaginaba con el mojón en la gorra. Recuerdo también que intenté comportarme con la misma diligencia y orgullo que el guarda de la historia, eso sí, y aprendí, aunque no creo que fuese esa la intención, que en la vida no importa lo que seamos o hagamos, lo que verdaderamente nos da categoría y dignifica es la diligencia, eficacia y dedicación que empleemos en la tarea que nos corresponda en cada momento.

Jerez de la Frontera, abril de 2005.

Editado el 03-05-05.
Lecturas: 101.

 


 

[1] Guano. Fam. Guanera.
[2] Halar. Amer. Tirar hacia si de una cosa. Es utilizado el verbo con el mismo significado entre los marineros, en el Sur de España se pronuncia con h aspirada. En el Norte ni lo sé, ni me importa.
[3] Guita. Cuerda delgada.
[4] Radio. Apócope de radiorreceptor. Aunque el transistor se inventó en 1947, los radiotransistores alimentados por corriente continua tardaron en comercializarse en España. A Barbate llegaron los primeros, no porque no hubiese distribución eléctrica permanente, que ya la habría, sino porque venían de contrabando.
 
[5] Zorullo. Esta palabra no viene en el diccionario pero creo que no necesita explicación.
[6] .Se omite la interjección exclamativa por motivos obvios. Pueden escoger entre varias opciones, todas igual de claras y expresivas.
[7] Mojón. Aquí se ve claramente que el significado de la palabra coincide con la cuarta explicación que el DRAE da a la misma. Lo que no está tan claro, para algunos lectores, es el significado que Arzallus quiso darle cuando manifestó que Ibarretxe plantó un mojón en el Parlamento con la exposición de su plan soberanista. Ya que muchos creen, antes que Arzallus lo manifestara públicamente, que el plan Ibarretxe es un mojón más grande que el que plantó el lepero de la historia.

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