Siempre que leo un libro, quiero y creo hacerme amigo del autor, pues siento sus pensamientos hechos palabras, que me hablan, en silencio o a viva voz, expresándome todo aquello que le interesa o preocupa… Según sea el libro en cuestión, puede gustarme más o menos; es posible que me llegue más o menos adentro; hasta es seguro que me removerá antaños y delicados sentimientos o impresiones que creía olvidados en el hondón de mi memoria. Puede que me impacte sobremanera, mas, si tengo ante mí una biografía llena de interesante vida, me hará sentir mayor aprecio por ese autor que ha sabido imprimir en sus páginas ese hálito vital que Dios le ha regalado y que con su inteligencia y libertad han sabido plasmar en papel impreso…
Pues bien, cuando yo leía La vida en un columpio, no conocía a su autor más que de oídas, por otros compañeros safistas que habían tenido la suerte de ser sus privilegiados discípulos, quienes me comentaban su bonhomía, su empatía con el alumnado, su cercanía, su pundonor y valentía en situaciones difíciles… y que, a pesar de los años, no ha cesado en el empreño cual empedernido Quijote… Don Jesús María Burgos Giraldo, a pesar de su edad, de su precario estado de salud, ha sabido y querido regalarnos este precioso ‑y preciso‑ libro, en el que su vida queda francamente retratada como fiel homenaje a su ricas experiencias vitales. Y ha hecho bien en no dejarlas olvidadas en la nada más infame y oscura…
Ya, al empezar su lectura, me di cuenta de que el libro autobiográfico era un dulce caramelo ‑con poso de sabor amargo‑, en el que se respiraba mucha sinceridady la pluma volaba a corazón abierto…, aunque tuviera entresijos o detalles que sólo el autor supiera y no quisiera desvelarlos por respeto, miedo o propia voluntad… Además, contiene una colección de excelentes poesías, muy bien inspiradas e hiladas, que ponen el vello de punta, tanto si se leen en voz apagada como a viva voz… Este libro no es sino la historia de una vida condensada ‑más que novelada‑, que se ama profundamente cuanto más se lee…
Me atrevería a insinuarle al autor ‑que usa demasiadas frases o palabras en latín‑ que los que somos de ciencias nos quedamos a dos velas; por lo que le recomendaría ‑discretamente‑ para la próxima edición ‑que seguro va a editarse‑ que subsanara dicha dificultad con una traducción a pie de página apropiada, que enriqueciese aún más al amigo lector… Son sentencias profundas del latín, que no deben quedar huérfanas de entendimiento…
Por otro lado, me ha parecido ingenioso ese desdoblamiento personaje-narrador, que da mucho juego literario a este libro vital ‑aún sabiendo que hay capítulos más conseguidos que otros, como en cualquier otra narración‑, donde la acción novelada alcanza altas cotas de perfección…
He podido apreciar que su autor es un auténtico filósofo de la vida, pues en cada párrafo deja su proposición o axioma… No lo es menos en la intrincada ciencia pedagógica, pues en su exposiciones se advierte que es un pedagogo hasta la médula, como lo demuestra la cantidad de generaciones que han pasado por sus manos, y los muchos y buenos recuerdos y enseñanzas que ha dejado en sus mentes y en sus vidas…
Otra de las apreciaciones que he podido observar ha sido el pasmo que produce esa constante “duda vital” de la existencia de Dios o de su ausencia, a una privilegiada mente que no se rinde, cual Sancho satisfecho…
Lo mismo ocurre con el eterno deshojamiento de la margarita en dos temas claves: el amor, en su doble vertiente humana o divina ‑ambas profundas y sinceras a carta cabal‑: “me caso…”, “no me caso, y me dedico a Dios de presbítero o seglar…”, o mejor, “lo sirvo desde mi celibato…”.
No obstante, es un libro que se lee cual la turbulencia de un río: unas veces baja en cascada, otras lento y armonioso, o por momentos transpirando alegría, perdón siempre, y continua melancolía del tiempo vivido… He podido captar sus aspiraciones de “ser” más que de “tener”, y he sufrido con él al faltarle ese disfrute carnal de toda su plena sexualidad reprimida, que al fin y al cabo todos llevamos dentro…
¡Mi más sincera enhorabuena, don Jesús, por habernos dejado este legado de vida, que a cualquier lector le servirá de referencia y afirmación! Porque usted ha vivido tan libremente, que ha andado mucho más camino que el nuestro: los normales mortales de sus lectores o amigos…