3. Entorno literario.
A partir de la conquista del Reino de Toledo o Castilla La Nueva en el siglo XI, el número de musulmanes que quedó en tierras cristianas fue lo suficientemente numeroso para que recibiese un estatuto especial de comunidad sujeta a la Corona, que les permitía conservar su religión, sus leyes, costumbres y autoridades, aunque estaban sometidos a gravosos impuestos específicos. A estos musulmanes, en tierras cristianas, se les llamó mudéjares, que quiere decir ‘sometidos’; aunque en las fuentes cristianas también se les denominó «moros horros» o «musulmanes libres» para diferenciarlos de los musulmanes cautivos o esclavos. El mismo fenómeno se repitió en Aragón, en el siglo XII, donde igualmente hubo una importante comunidad mudéjar.
En el siglo XIII, el número de mudéjares había aumentado tras las conquistas de Valencia, Murcia y la Andalucía bética; pero, frente a la notable asimilación lingüística anterior, no hubo la misma en esta época; tal vez por las nuevas estructuras políticas de los reinos cristianos del siglo XIII, que tendían a separar a las comunidades mudéjares de la sociedad cristiana. Sea por esa causa o por otra, las nuevas comunidades mudéjares no tuvieron una producción literaria en español.
En 1492, los Reyes Católicos culminaron la conquista del Reino de Granada y, por tanto, apareció una nueva comunidad mudéjar de unas doscientas mil personas, inmersas en su propia cultura y lengua árabes. La situación duró poco porque, en 1500, los granadinos fueron forzados a convertirse al cristianismo y comenzaron a ser llamados moriscos. La política de la Corona española fue que no sólo se convirtiesen, sino que se integrasen completamente, abandonando lengua, trajes y costumbres propias. El proceso fue lento y doloroso; y hasta finales del siglo XVI no nos encontraremos con una literatura en español de los moriscos granadinos.
Una manifestación literaria de la época es la novela romance hispano‑musulmana, que se puede clasificar en dos grandes bloques:
1. La Novela Fronteriza (cuya temática se extiende hasta 1481).
2. La Novela Granadina (desarrollada en la época de los Reyes Católicos, hasta 1516).
Ambos bloques compartían estos temas fundamentales:
a) Optimismo idealista.
b) Condensación argumental.
c) Estilización clasicista.
d) Ambientación lingüística con tendencia a los arabismos.
e) Belleza decorativa.
f) Amplitud del alma virtuosa.
g) Generosidad.
h) Cortesía tanto cristiana como musulmana.
La tradición popular, oral y escrita, había ayudado al enriquecimiento y supervivencia de este subgénero de la literatura hispánica: el romance llevado al teatro y a la novela. De hecho, Cervantes, en sus cinco años de cautiverio Argelino, entre 1575 y 1580, no hizo sino abastecerse de elementos, escenas y trasfondos musulmanes, apuntando mayoritariamente al tema de Cautivos, para irlos aportando en su obra total. Así lo comprobamos en:
· Los baños de Argel, El trato de Argel, El gallardo español, La gran sultana, etc., en su teatro.
· Persiles y Sigismunda, La Galatea y sus cuentos de cautiverio, en la narrativa.
· Y en alguna de sus novelas ejemplares: Coloquio de los perros, La española inglesa, El amante liberal.
Como no procede hacer un análisis de todas estas referencias, en una breve exposición como debe ser esta, nos centraremos en el Quijote.
Dentro de él encontramos dos narraciones de asunto morisco:
La primera narración es la del Cautivo cristiano, el capitán Ruy Pérez de Viedma, que aparece a lo largo de los capítulos 37, 38, 39, 40, 41 y 42, de la 1.ª parte:
«[…] pero a todo puso silencio un pasajero que en aquella sazón entró en la venta, el cual en su traje mostraba ser cristiano recién venido de tierra de moros, porque venía vestido con una casaca de paño azul, corta de faldas, con medias mangas y sin cuello; los calzones eran asimismo de lienzo azul, con bonete de la misma color; traía unos borceguíes datilados [de color de dátil maduro] y un alfanje morisco, puesto en un tahelí que le atravesaba el pecho. Entró luego tras él, encima de un jumento, una mujer a la morisca vestida, cubierto el rostro con una toca en la cabeza; traía un bonetillo de brocado, y vestida una almalafa, que desde los hombros a los pies la cubría» (37, I).
La segunda narración es la del Exiliado morisco, conocido en la obra como Ricote ‑del que ya hemos hecho alguna referencia‑, que aparece en los capítulos 54, 63, 64 y 65, de la 2.ª parte:
«—¿Cómo, y es posible, Sancho Panza hermano, que no conoces a tu vecino Ricote el morisco, tendero de tu lugar?
Entonces Sancho le miró con más atención y comenzó a rafigurarle, y, finalmente, le vino a conocer de todo punto, y, sin apearse del jumento, le echó los brazos al cuello, y le dijo:
—¿Quién diablos te había de conocer, Ricote, en ese traje de moharracho [mamarracho, persona de ningún valer o mérito] que traes? Dime: ¿quién te ha hecho franchote, y cómo tienes atrevimiento de volver a España, donde si te cogen y conocen tendrás harta mala ventura?» (54, II).
El término franchote significa ‘francés’, pero también ‘extranjero’, en sentido despectivo. Sancho no comprende que su vecino, «discreto y cristiano» de toda la vida (según hemos oído decir a su hija Ana Félix), haya tenido que renunciar a su habitual forma de vivir y de vestir. Pero las circunstancias lo hacían, más que conveniente, necesario.
Hay que aceptar una evolución ideológica en Cervantes. Tuvo una primera época de convencido defensor de los ideales del imperio hispánico, cuyo vértice lo encontramos en la famosa batalla de Lepanto; pero en la segunda etapa de su vida, a raíz de su cautiverio, acentúa su defensa de la libertad, de la paciencia como virtud y de la apreciación de lo heroico en los vencidos. Y conviene aclarar que estos dos últimos valores son muy islámicos. Todo ello tuvo que influir forzosamente en la redacción del Quijote. Vamos a verlo con una serie de citas.
No es casualidad la autoría fantástica o no de Cide Hamete Benengeli, nombre inventado en auténtico árabe irónico: Cide, ‘señor’ [del árabe clásico sayyid > andalusí síd]; Hamete, del nombre árabe Hamid; y Benengeli, ‘aberenjenado’ [del andalusí badinjána]. He aquí la cita:
«Cuando yo oí decir “Dulcinea del Toboso”, quedé atónito y suspenso, porque luego se me representó que aquellos cartapacios contenían la historia de don Quijote. Con esta imaginación, le di priesa que leyese el principio, y, haciéndolo ansí, volviendo de improviso el arábigo en castellano, dijo que decía: “Historia de don Quijote de la Mancha, escrita por Cide Hamete Benengeli, historiador arábigo”» (9, I).
Conviene también aportar las menciones a la tradición de Abindarráez y Jarifa, personajes de la novelita morisca la Historia del Abencerraje y de la hermosa Jarifa (de autor anónimo, posteriormente reconocido como Ginés Pérez de Hita), entonces muy en boga, en donde se nos cuenta que el alcaide de Antequera y de Álora, Rodrigo de Narváez, hace prisionero al caballero moro Abindarráez, pero lo deja en libertad para que se case con la hermosa Jarifa:
«[…] en aquel punto, olvidándose de Valdovinos, se acordó del moro Abindarráez, cuando el alcaide de Antequera, Rodrigo de Narváez, le prendió y llevó cautivo a su alcaidía» (5, I).
A Pérez de Hita se le considera la principal fuente de información de la época sobre asuntos moriscos, por lo que algún autor insinúa la posible relación que Cervantes hizo entre ambas parejas: Alonso Quijano con Abindarráez, y Dulcinea con Jarifa. A ello habría que añadir el hecho de que en nuestra península conviven las caballerías cristiana y musulmana, que tienen sus singulares características con respecto al resto de Europa.
Junto a estas breves referencias, hay otros trasfondos indirectos o directos del mundo musulmán, que sustentan el pensamiento del autor del Quijote, y que iremos intuyendo a lo largo de esta exposición.