Futboleros

Perfil

Por Mariano Valcárcel González.

Algún tiempo hube de acudir a los partidos de fútbol del club local que se desarrollaban en el Campo de Deportes San Miguel. Iba porque realicé trabajos gráficos para el diario provincial y luego para el semanario local.

Así que cargaba con algo de equipo (cámara y colas de carretes convencionales y posteriormente experimenté con una de las primeras cámaras digitales, de las que se alimentaban de disquetes de ordenador) y allá que me pasaba la tarde en la banda tratando de captar alguna jugada interesante o los goles cuando los había.

Era una labor artesanal e intuitiva, más elaborada bajo criterios de adivinación de las jugadas que apoyada en un equipo fotográfico de los que se veían en las retransmisiones televisivas, trípodes, grandes objetivos, uso de velocidades altas y del recurso al disparo automático tipo ametralladora. Contando así con varias cámaras y bastantes carretes, sin miseria, tenían que salirle a aquellos reporteros gráficos buenas o espectaculares fotos por narices. Cuando utilicé aquella primitiva cámara digital, la cosa se complicó porque era de una velocidad lentísima (porque la carga de la imagen en el disco lo era) así que yo opté por enfocar la cámara hacia el punto en el que intuía iba a estar la pelota tras, supuestamente, un patadón del defensa. Puro cálculo artillero.

La ventaja que tenía lo nuevo era que podías ver por la pantalla tanto las jugadas como el resultado del disparo; si no era bueno, lo borrabas y te disponías a realizar otro. Además que llevabas los disquetes al ordenador de la redacción, archivabas sus contenidos y todo listo para seleccionar lo que se iba a publicar, sin tener que hacer ninguna otra operación intermedia.

Bien, yo no he sido un forofo del fútbol (peor jugador todavía), ni me he roto la camisa por ningún conjunto deportivo, fuese local o de los de relumbrón nacional, así que mi asistencia a los partidos era más bien aséptica. Pero me encontraba allí con la furia, el escándalo, los improperios, la ira, el sofoco e incluso los enfrentamientos de los aficionados que acudían a aquellos eventos, en aquellas tardes, como si de salvar su vida se tratase.

Era de admirar todo aquello, tan irracional, y observar a sujetos que en su vida normal, cotidiana, eran excelentes personas, padres de familia ejemplares, comedidos en sus palabras y expresiones que se transformaban como los muñecos de aquella película a los que no les podía caer agua. Feroces criaturas. Calificar al pobre árbitro de lo peor del mundo, acordarse de su santa madre, era costumbre ya admitida, parte del ritual. Pero de vergüenza ajena. Recuerdo una conversación oída en Granada cuando yo hacía la mili y me escapaba con tiempo del cuartel para tomarme un pelotazo; había en la barra del local dos hombres de atildada presencia, por lo que oí que uno al menos era médico, charlando y se ve que uno le proponía al otro ir al partido del domingo (el Granada por aquellos años alcanzó la primera división) a lo que este le contestó con un rotundo no y la razón de sentirse avergonzado al darse cuenta de la transformación que sufría cuando se metía en el partido.

Dicen los que viven con pasión este deporte que prima su adhesión a unos colores, a un nombre, que el equipo de fútbol local representa a la población y la eleva sobre las demás cuando gana a sus rivales. Amor por los colores…, a la camiseta, al cántico coreado por la masa. La uniformidad del grupo frente a la individualidad del sujeto. Y se parten la cara si hace falta cuando de defender a su equipo se trata.

En la primera división se da la paradoja de que hay ciudades que tienen en la misma más de un club, ¿cuál de ellos representa mejor a esa ciudad…? Entonces resulta que la masa se divide en dos o más aficiones, enfrentadas a veces a muerte (literalmente hablando). Si es solo un equipo por localidad serán esas aficiones las que se enfrenten cada vez que hay partido con el rival más odiado, se busquen para dilucidar no sé qué cuestión de honrilla o de afrenta real o inventada (porque si no existe se la inventan, el caso es tener un enemigo).

Los simples no se dan cuenta de que esos jugadores por los que pueden hasta matarse son en realidad meros profesionales, mercenarios del dinero que más calienta, a los que les importa una higa los colores y el club, solo las primas, las fichas y sus cláusulas, lo que se pueda camuflar en negro, los regalos y regalías por publicidad o derechos de imagen, etc. Negocios.

Este final de liga está movidito. Por un lado, el inconsistente y veleta Neymar, salido del Barça hacia Francia, puede que se vuelva a España a la casa del Real Madrid, el eterno rival del anterior (y ya veríamos lo que dura); por otro, la estrella hasta ahora de los colchoneros es atraída irresistiblemente por ese club barcelonés que se cree “más que un club” (y vaya usted a saber hasta qué estratosférica galaxia podrá ascender en sus pretensiones). Muestras vivas de que eso de la camiseta y la lealtad al club y a su afición les importa muchísimo menos que lo que se vayan a meter en el bolsillo (ellos y sus representantes).

Pues, a pesar de estas evidencias, no faltan ni faltarán memos que sigan chillando desaforadamente en los encuentros y fuera de ellos, que paguen cantidades prohibitivas por unas entradas cuando el partido es de los de eterna rivalidad, que se jueguen hasta la vida ante los descerebrados del equipo visitante y les de lo mismo tener familia ante la que responder y a la que se deben. Ya lo de menos es insultar al pobre árbitro (¡ay, si además es un zoquete!), o encararse muy indignados ante sus propios jugadores que han hecho una pésima actuación; lo peor es el mal ejemplo que dan a la sociedad, a sus hijos, a veces hasta con sus indignos actos.

Pero todo sea por el club, por los colores, por el pueblo. El destino de muchas gentes en la punta de la bota de un jugador. E incluso, para creérselo o justificarlo, los mismos clubes, cuando empieza la temporada o alcanzan un trofeo, se presentan con sus jugadores ante la imagen del santo a de la santa patrona del lugar. El colmo, ¿qué tienen que ver el culo con las témporas?

marianovalcarcel51@gmail.com

Autor: Mariano Valcárcel González

Decir que entré en SAFA Úbeda a los 4 años y salí a los 19 ya es bastante. Que terminé Magisterio en el 70 me identifica con una promoción concreta, así como que pasé también por FP - delineación. Y luego de cabeza al trabajo del que me jubilé en el 2011. Maestro de escuela, sí.

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