Por Dionisio Rodríguez Mejías.
3.- ¡Adelante, señores! La fiesta acaba de comenzar.
El domingo por la mañana, la oficina era una olla de grillos. Paco llegó media hora antes por si alguno de sus vendedores se dormía y se quedaba solo en la cara del morlaco. A la hora de recoger las carpetas, hubo cierto barullo: a Roderas y a Mercader les faltaban planos y se los quitaron a un par de novatos, que fueron a Portela con el cuento y tuvo que ponerse serio para restablecer la calma. El problema era fácil de explicar; aquel día había más comerciales que de ordinario y, con tantos asuntos a los que acudir, a Paco se le olvidó encargar otros juegos de planos. Por lo demás, se notaba que era un día especial: todos iban muy limpios y aseados, vestían ropa deportiva ―pantalones vaqueros y jerséis de colores vivos, la mayoría―, excepto Roderas, que llevaba un pantalón beige y una cazadora de ante muy apropiada para salir al campo. Mercader apareció sin afeitar, con una americana de pana de color verde, gafas de sol y la colilla de un puro apagado en la boca. Al terminar de actualizar los planos, Paco les echó un discursillo a los del equipo; alguno bostezó de hambre o de sueño, pero consciente de lo que se jugaba aquella mañana, Portela no le llamó la atención y siguió hablando como si tal cosa.