¿Monarquía o república?

Perfil

Por Mariano Valcárcel González.

Seguimos en la alternativa nunca dilucidada del tipo de Estado o de Gobierno que queremos para el martirizado y maltratado territorio español; bueno, los que lo habitamos, claro está. Porque es de admirar que encontremos personal –o simple, o utópico o descerebrado– que da por sentado que lo bueno, óptimo y único deseable es uno de los dos modelos, por sí mismos excelentes, no por su interpretación o su bondad demostrada. Vamos, que hay uno bueno y otro malo, sin más.

La monarquía es, con diferencia, el régimen que ha tenido más recorrido en la historia, española y no española. El sistema monárquico también ha tenido sus variantes tanto en su génesis como en su desarrollo; no todas las monarquías han sido iguales. Las hubo electivas, duales, temporales… Cuando iban concentrando el poder, como indiqué ya todo el poder significaba todos los poderes (religioso, militar, político), entonces se tendía a consolidar el trono por medio de la transferencia hereditaria y familiar, generándose así las dinastías. También en esto hubo sus variantes y a veces sucesiones más que violentas. Curiosamente, los pueblos trataron de zafarse de esta forma de gobierno, cuando advirtieron el peligro que entrañaba, forzando el paso a una república más o menos aristocrática. Pero, como en el ejemplo romano, volvían a caer en manos de quienes se erigían en nuevos reyes (o emperadores), por ello la decisión, conculcada por César, de no permitir el acceso del ejército a la capital. La propensión a acaparar el poder que te ha cedido el pueblo y a transmitirlo a la descendencia resultó otra vez el sistema adoptado, como ahora en repúblicas solo de nombre. Si, además, te invistes también de poder sacro (o dices haber sido ungido por el poder divino) ya es difícil argumentar en contra, y todo intento de desbaratar la estructura será considerado delito (blasfemia o alta traición). Terminados los tiempos de las sucesiones forzadas a base de envenenamientos o asesinatos sangrientos se puede considerar la monarquía como el sistema más estable de gobierno (es un decir). Y esa sería su gran baza.

La otra alternativa, si nos ceñimos a España, tiene recorridos escasos y además más que discutibles. Sí, no nos engañemos ni soñemos en quimeras; las repúblicas españolas han sido, las dos, un fiasco. Hubo causas muy diversas y, por supuesto, no todas son achacables al propio sistema republicano. Más bien a la interpretación que del mismo se hizo. Antes se entendía bien lo que pertenecía a la “res pública” (los asuntos públicos y de gobierno general), tal que se mencionaba la república como concerniente al bien común no enfrentado a monarquía; así se entiende en lo que escribieron Cervantes y demás…

Pareció siempre que llegar a la república, caída la monarquía, era como llegar al dominio de la democracia directa, el poder directo del pueblo azuzado, eso sí, por políticos sin escrúpulos o meramente soñadores. Caían las “caenas” y todo era posible. La idea republicana española adoleció siempre de incultura política y creo que así seguimos por desgracia. El federalismo de la Primera República se transformó en cantonalismo atomizador y abocado a su propia destrucción. La reacción monárquica no tuvo más que recoger los frutos del descalabro. Vuelta a lo de siempre.

La Segunda República cayó porque nadie creía en la misma. O casi nadie. Descartando como realidad que la reacción monárquica y de derechas tradicional y propensa ya al fascismo, y parte de la casta militar, no iban a hacer nada por facilitar la labor; no es menos cierto que las fuerzas republicanas volvían a soñar con la Revolución más que con una república de corte liberal-burguesa y parlamentaria. En la Segunda República faltó el cuerpo intermedio, el centro moderador estabilizante y los intentos por construirlo fueron anulados. Por eso, terminaron distanciándose de la misma, intelectuales que la habían defendido; los que quedaron, casi todos por unas conveniencias u otras ya habían tomado partido.

Vuelvo a ver enarbolación intensiva de banderas republicanas en eventos o manifestaciones, como si con ello quisiesen convocarla por el mero hecho de mostrar el símbolo aludido. Creo que pocas reflexiones se hacen, sin embargo, sobre lo que en realidad debiera significar y cómo debiera ir desarrollándose; y eso, ya he dicho, es volver a los errores de antaño. Particularmente yo abogaría por empezar a mover y remover símbolos y signos que en realidad muestran más separación y disenso que unidad y consenso. Empecemos por las supuestas banderas. La enseña amarilla y roja (dos bandas horizontales a 1/4 de ancho cada una de lo último por una a 2/4 centrales de lo primero) es significante universalmente admitido que lleva también universal e inequívocamente un significado identitario; esa bandera representa a España. ¿La instauraron los Borbones? Cierto es; mas, su verdadera utilización como tal –no lo olvidemos–, lo fue para distinguir al bando liberal del carlista. De ahí pasó, tras las guerras, a representar a toda la nación (no especialmente a su monarquía). ¿A qué vino lo de la bandera tricolor? A contrarrestar la posible identificación de la anterior solo con la monarquía. Se adelantaron a consolidar así lo que, luego, la dictadura franquista apuntaló. Por mí, que quedase la bandera actual sin cambios (solo eliminando la corona real y las flores de lis del escudo) sería adecuado y evitaría fricciones.

Eso sí; por lo de los himnos, los dos, no paso. Los dos al olvido. Uno porque es una mera marcheta, Marcha de Granaderos se le dijo, sin más vuelo; y el otro por ramplón y coplero, de tarasca y verbena sin empaque ni solemnidad alguna. Y sin letras. Pasados a otro régimen, pasemos de músicas y elaboremos una correcta y sonora, aderezada de letra cantable, ni pa ti ni pa mí, sino para todos.

Del escudo patrio ya he dicho que bien está lo que está (y los republicanos al menos en eso acertaron) y con eliminar los símbolos monárquicos, todo correcto.

Creo que así llegaríamos a cierto consenso que no generase enfrentamientos, resquemores y sensaciones de derrota o triunfo insanos. Luego nadie vendría con el cuento de la traición a los símbolos patrios y otras zarandajas.

Los que es inevitable es que siempre existan quienes nunca aceptarían que existiesen los otros y que siempre estarían en contra o, peor todavía, conspirando. Pero, me temo; eso va endémico a nuestro ser. Dejando de lado lo de súbditos, dejaríamos de lado también el derecho hereditario, sin más mérito, para ser jefe de estado, vía familia real. El anacronismo es palpable. Mejor la pertenencia a la ciudadanía, así, sin vasallajes.

Alguien me podrá preguntar por el tipo republicano que desearíamos… Como en la monarquía acá también hay variantes, que puede ser presidencialista (poder ejecutivo para el presidente, una variante monárquica) o gubernativa (mera representación o alguna intervención puntual al modo de la monarquía constitucional española). Si nos fijamos, salvo el tema hereditario, no se diferenciarían demasiado monarquías y repúblicas, pues todo depende del engranaje sobre el que funcionen.

Por lo tanto, hacer del dilema una cuestión vital es hasta absurdo. Para ello, tendríamos que partir de una cultura política bien asentada, cosa de la que en la actualidad en España carecemos.

marianovalcarcel51@gmail.com

Autor: Mariano Valcárcel González

Decir que entré en SAFA Úbeda a los 4 años y salí a los 19 ya es bastante. Que terminé Magisterio en el 70 me identifica con una promoción concreta, así como que pasé también por FP - delineación. Y luego de cabeza al trabajo del que me jubilé en el 2011. Maestro de escuela, sí.

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