“Los pinares de la sierra”, 163

Por Dionisio Rodríguez Mejías.

2.- ¿Tenemos un plan “B”?

Lo que más le preocupaba era que la peluquera encontrase un cliente con posibilidades. Sin cliente no habría venta y sin venta surgirían serios problemas. Al mediodía, la llamó y, por su forma de hablar, le dio la impresión de que estaba algo nerviosa. Pensaba preguntarle si había encontrado un cliente con el suficiente potencial de compra y, de camino, pedirle algunos detalles para romper el hielo, como por ejemplo: a qué se dedicaba, de dónde procedía su fortuna, cuántos hijos tenía, y todos esos pormenores tan importantes para iniciar con buen pie una relación. Pero no hizo falta, porque María Luisa aún no tenía cliente. No obstante, le dijo que no se preocupara, que el mejor día de trabajo era el viernes y que, sobre todo por la tarde, las señoras acudían a hacerse mechas, tintes, recogidos de cabello, peinados y maquillajes, para estar guapas el fin de semana. Lo dijo de carrerilla, como el padrenuestro.

―No se preocupe, señor Portela, que no se quedará sin cliente. Mañana por la tarde recibo a las señoras de más posibles y no quiero equivocarme a la hora de elegir. ¿Verdad que me entiende?

―La entiendo perfectamente; pero piense que, si no hay cliente, todo se va al traste.

―Y ¿no tenemos un plan “B”?

―María Luisa, por favor, que no vamos a asaltar la sede del Goldman Sachs en Manhattan. Si no hay cliente, ya podemos despedirnos de los siete millones. ¿Está claro?

―Sí, señor ―respondió ella, con mucha pena—.

Le encargó a la señorita de recepción que citara a los vendedores para el ensayo general en el sotanillo, y pensó que no estaría de más invitar a Martina Méler para realzar la importancia y la formalidad del acto. Volvió a llamarla y, tal y como esperaba, le dio las gracias y le dijo que sí. Sabía que la pelirroja ―a la que todos consideraban la mano derecha del presidente―, ejercía una enorme influencia entre los vendedores, por su elegancia, sus hechuras de mujer fatal y sus sonrisa atrevida y provocativa. Nadie dudaría de la importancia de la reunión, si ella estaba presente.

A continuación, llamó a Fandiño para decirle que no se olvidara de hablar con la empresa de limpieza de la discoteca; y luego a Eduardo Villa, quien le confirmó que ya tenía el proyecto que le había encargado y los documentos para escriturar la operación.

Roderas y Mercader no le preocupaban; sabía que eran dos profesionales de la cabeza a los pies, que cumplirían el encargo a la perfección. Otro tanto le ocurría con Loli, con Martini Rojo, y con Fidel Ezcurra; estaba seguro de que cada uno de ellos representaría a plena satisfacción su personaje, sin levantar sospechas. En cambio, los vendedores nuevos era mejor que no conocieran el fondo del asunto. Empezaría por hablarles de Soriano, para elevar su moral, y les diría que era un vendedor ejemplar, que empezó como ellos y que, a base de imaginación y trabajo bien hecho, en poco tiempo se había convertido en un empresario respetable. Aquel domingo tendrían la oportunidad de trabajar al lado de los mejores, aprender de profesionales consagrados e imitarlos en las sucesivas subidas a finca. Sería como una lección práctica de las que no se aprenden en las escuelas de negocios.

Pasó el día dando vueltas por el despacho. Se conocía lo suficiente para saber que se podía olvidar de algún asunto importante y repasó la lista varias veces; puso una cruz al lado de los puntos que había solucionado y, la mañana del viernes, los confirmó uno por uno.

roan82@gmail.com

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