Por Fernando Sánchez Resa.
Aún recuerdo cuando aprendíamos de memoria, en la escuela primaria de mediados del siglo pasado, esta retahíla de pronombres personales, referidos a la primera persona del singular, (y que, luego, también hemos enseñando durante muchos años en la escuela democrática española), sin saber que íbamos a llegar al estadio socio-personal en el que actualmente estamos: la exacerbación del “monoteísmo yoico”, como único Dios que merece entrega y adoración absolutas.