Por Fernando Sánchez Resa.
Aún recuerdo cuando aprendíamos de memoria, en la escuela primaria de mediados del siglo pasado, esta retahíla de pronombres personales, referidos a la primera persona del singular, (y que, luego, también hemos enseñando durante muchos años en la escuela democrática española), sin saber que íbamos a llegar al estadio socio-personal en el que actualmente estamos: la exacerbación del “monoteísmo yoico”, como único Dios que merece entrega y adoración absolutas.
Y a ello contribuyen esta deslavazada sociedad que estamos construyendo -nos están creando, más bien-, en la que la agresiva publicidad, el exagerado marketing, los roles sociales tergiversados, el sentido del deber y del honor transmutados, lo políticamente correcto atenazando permanentemente nuestras conciencias, la costumbre de decir a todo que sí y a nada que no, desde la cuna al tierno infante…, contribuyen -muy mucho- a que se vayan creando muchos individuos de este pelaje, en los que solamente prima su santa voluntad, ante la que se tiene que doblegar todo el mundo, recreándole un puro espejismo de lo real, haciéndole vivir en una pompa de cristal en la que no ha de ser contradicho por nada del mundo, no sea que se le traumatice y haya que llevarlo prontamente al psicólogo; y, por otro lado, se le está mal preparando para que sea un individuo inerme, social y personalmente hablando…
Con la ayuda de técnicas milagrosas para alcanzar la felicidad personal, imbuidas de una abstinencia ética hacia el prójimo, ha nacido el narcisismo contemporáneo que nos invade; gracias (también) a la mordaz publicidad que explota nuestro yo por encima de todo (insuflándole un egotismo total), los selfies, las redes sociales, etc., que han provocado el nacimiento de nuevas corrientes espiritualistas, egocéntricas y moralmente aletargadas, en la que el único Dios y gurú es el yo, propio y verdadero.
La solidaridad, el amor al pobre y necesitado, la lucha contra la injusticia y la miseria…, están de más, en este credo monoteísta moderno, con tal de enrocarse en su propia, agradable y fascinante felicidad, «Ya que es lo que, al fin y al cabo, nos vamos a llevar de este mundo», exclama una legión de sus creyentes, mediante este pretendido mantra, falsa mezcla de oriente y occidente.
Y así nos va. Vamos expeliendo ejemplares aparentemente únicos, pero repetibles, en los que solamente palpita una preocupación: ser y estar “yo, mí, me, conmigo”.
Sevilla, 15 de abril de 2018.