Por Dionisio Rodríguez Mejías.
6.- Gálvez lanza sus primeras amenazas.
Parecía un viejo lobo dispuesto a saltar hacia su presa. Se removió en la silla, sacó la pistola de la sobaquera y la dejó sobre la mesa.
―Perdona, campeón; esta puta pistola me está jodiendo los riñones. No, no vengo a comprar más terrenos. Vengo a decirte que sois unos estafadores de mierda y que si no conseguís venderle a otro mis parcelas, acabo con vosotros, uno por uno. ¿Lo entiendes, o te lo vuelvo a repetir, machote?
En momentos como este, hay personas que se achantan, se ponen de rodillas y se echan a llorar. Y otras que se crecen y, sabiendo que lo tienen todo perdido, mantienen la sangre fría. Paco era de las segundas.
―Señor Gálvez, no me gusta ese tono: le guste o no, es usted quien depende de mí. Aunque yo no presuma de pistola, en esta casa usted es un invitado y yo un jefe de ventas. Así que vamos a dejarnos de sarcasmos y no me vuelva a hablar con tanta chulería. Ahórrese lo de machote, campeón y esas chorradas. ¿Vale? Me puede llamar Paco o señor Portela, como más le guste. Y, por favor, míreme a los ojos cuando le hablo.
Gálvez se puso a jurar en arameo, a maldecir a la madre de todos los vendedores, a lanzar amenazas a diestro y siniestro, y a llamarle sinvergüenza, golfo, estafador, y otras lindezas no menos injuriosas. Luego encendió un cigarrillo, se serenó, intentó reconducir la situación y moderó el tono de la conversación.
―Vale, ya veo que eres muy listo. Desde el primer día que te vi, me di cuenta de que eras un aguililla; pero ahora tienes que ayudarme. Me caes bien, de verdad, y sé que yo tampoco te caigo mal. O sea, que no te conviene que me enfade ni me ponga nervioso. ¿Lo entiendes?
Paco no respondió, y Gálvez guardó la pistola, se ajustó la chaqueta y dijo para concluir.
―Perdona por lo de antes; pero, cuando pierdo el control, me vuelvo violento e impulsivo. Lo siento. Quedemos como amigos. Pero tú, como amigo mío que eres, no debes permitir que pierda de nuevo el control, ¿verdad? Escúchame: soy algo mayor y no me gusta la violencia. Como decís ahora, paso de eso ¿sabes? Me habéis robado el dinero y te pido que me ayudes. Es lógico ¿no? Ya sé que palabras no te faltan y que me darás largas, a ver si el tiempo soluciona el problema. Pero el tiempo no soluciona los problemas, sino que los agrava. O sea, que como no me gusta que me tomen el pelo, fijaremos una fecha. Hoy es lunes, ¿verdad? Pues bien, me gustaría invitarte a unas copas el próximo jueves. ¿De acuerdo? Te espero a las dos de la mañana en la discoteca con una solución. No te olvides y no permitas que me ponga nervioso. Me he hecho mayor y sufro del corazón; pero tú aún tienes una larga vida por delante. Te he dicho antes que me caes muy bien y creo que nos podemos entender. Dime que yo también te caigo bien. Anda, dame ese capricho, dime que te caigo bien.
―Me cae usted bien, señor Gálvez.
―Así me gusta. Y ahora te dejo, porque supongo que estás muy ocupado.