Por Dionisio Rodríguez Mejías.
7.- ¡Milagro! ¡Milagro!
Dejamos el restaurante, cogimos el autocar y salimos hacia la finca. Todos llamaban la atención de sus clientes sobre la compactación de la entrada, los bordillos, las obras de la piscina y de las pistas de tenis. Las primeras parcelas en venderse fueron las mías. Recuerdo que aquella mañana fueron tres, aunque, a la vista de mi fracaso con el señor Recasens, no quise lanzar las campanas al vuelo.