Por Dionisio Rodríguez Mejías.
3.- Una singular comunidad.
Llamamos al timbre y, mientras Genny abría la puerta, del “Márisol Palace”, Paco sacó una ramita de pino del bolsillo de su cazadora, la besó y se la dio a la chica, como si le entregara una flor exótica.
―Vengo a ofrecerle a la reina de mi corazón, los más puros aromas de Edén Park; y a decirle que, gracias a ella, mi amigo Javi ha vendido dos parcelas. ¡Saluda al héroe!
Paco hablaba en un tono irónico y jocoso, que hacía las delicias de la francesita y despertaba sus instintos más primitivos.
―No será otra broma de las tuyas ―respondió ella con su adorable acento francés—.
―Te juro que no, corazón mío ―respondió Paco siguiendo la guasa―. He venido a darte la buena nueva; a inflamarme con el brillo de tus ojos y a saciar el fuego de mi alma en la fuente serena de tus labios.
―Estás como un cencerro. Me parece que hoy has saciado el fuego de tu alma con más de una cerveza. ¿No?
Se abrazaron sin prisas, mientras yo los miraba sin saber qué hacer. Paco le decía algunas cosas al oído y ella le respondía con risas cómplices y sofocadas. Como final, la cogió por los hombros y la apretó con fuerza, mientras ella lo besaba dulcemente. A la izquierda del vestíbulo, solo se oía la voz del locutor que retransmitía el partido de fútbol de aquella tarde. Detrás de Genny pasamos al salón, y fue Paco quien se hizo cargo de las presentaciones.
―Aquí tenéis a mi amigo Javier Aguilar, un prodigio de estudiante, un fenómeno como vendedor y por si fuera poco… Atenta la compañía. ¡No tiene novia!
Las risas y los aplausos celebraron la ocurrencia, y a continuación empezó a presentarme a las chicas una por una. Sentada en el centro del sofá, estaba Marisol con un generoso escote que permitía ver la parte superior de unos pechos redondos, incitantes todavía, aunque algo mustios como consecuencia del uso y el abuso. A su lado, Isidro, madrileño, director comercial de una conocida firma de aire acondicionado, separado y novio formal de Ketty, una rubia despampanante que trabajaba como estilista en “El Corte Inglés”. Y en una de las butacas que completaban el mobiliario, leyendo una fotonovela de Selene, estaba Graciela, la última inquilina del “Márisol Palace”.
Gracy era una morenita de mirada insinuante, que sonrió con picardía al ver cómo fijaba mis ojos en ella y, en un gesto muy femenino, intentó alargar la brevísima combinación, casi transparente, que dejaba al descubierto unas piernas admirables y unos muslos espléndidos. Estaba descalza, tenía las piernas cruzadas y una expresión que yo interpreté como si me dijera: «Cuánto me gustaría que nos quedáramos a solas tú y yo. ¿Verdad que sí?».
―Y aquí tienes a Gracy ―dijo Paco, interrumpiendo mis pensamientos―, una famosa actriz de fotonovela, que pronto la veremos triunfar en la pantallas.
Aún estaba con las presentaciones, cuando se abrió la puerta y apareció “Pato”, un tipo cuarentón tirando a calvo que, según dijo Paco cuando estuvimos solos, estaba casado, tenía dos hijos y, con la excusa del fútbol, mariposeaba con Marisol los fines de semana. Cuando el Barça tenía un desplazamiento, cenaban juntos, iban a bailar y se quedaba a dormir con Marisol toda la noche; pero si el equipo jugaba en casa, iban a bailar y luego se metían en la habitación de matrimonio, pero solo un ratito, porque lo poco agrada y lo mucho acaba por aburrir.
―Chicas, empezad a arreglaros que son las ocho; es un poco tarde para algunos, y la cena nos espera ―dijo Isidro al ver llegar a “Pato”—.
Isidro parecía un chulito de sainete con el pelo engominado, los zapatos brillantes como el charol, ropa de marca y un precioso Cartier en la muñeca. Pero en honor a la verdad, hay que decir que, desde el primer momento, se mostró muy amable conmigo. Los personajes de las novelas no siempre son lo que parecen: a veces los malos no son tan malos y los buenos no se acaban casando con la más guapa.
Volvieron las chicas al salón e Isidro me cogió del brazo.
―Gracy y tú venís en mi coche.