“Los pinares de la sierra”, 43

Por Dionisio Rodríguez Mejías.

2.- En “El Márisol Palace”.

―Vamos, Javi. Hay que celebrar que acabas de ganar treinta mil pesetas. ¿Vale?

Unos diez minutos nos duró el recorrido, desde “Los intocables” hasta “El Márisol Palace” ―como él llamaba a la vivienda donde nos esperaban―; y, por el camino, me fue contando algunos detalles de aquella singular comunidad. El piso estaba en la Gran Vía, entre las calles de Numancia y Rocafort, muy cerca de la plaza de España. Era el prototipo de vivienda que edificaba, entonces, Núñez y Navarro; de unos cien metros cuadrados, cuatro habitaciones: una de matrimonio, dos dobles y una sencilla; dos baños ―uno de ellos con bañera completa―; cocina y salón comedor con chimenea.

El mobiliario y la decoración eran sencillos, pero con cierta gracia juvenil. Con Marisol, la patrona, vivían tres chicas jóvenes y solteras: Genny, relaciones públicas en Edén Park; Ketty, estilista de la peluquería de “El Corte Inglés”; y Gracy, una argentina muy guapa, “actriz” de fotonovelas. El piso lo había comprado la madre de Marisol, una señora que, al quedarse viuda, recluyó a la niña en un internado de Tarrasa; emigró a Alemania, ganó mucho dinero a base de esfuerzos y trabajos ―algunos de ellos poco confesables― y compró aquel piso.

Cuando Marisol cumplió dieciocho años, su madre la sacó del internado, alquiló tres habitaciones a chicas solteras y puso a Marisol al frente de aquella residencia, tan singular. Siguiendo los consejos maternales, la chica gobernaba la comunidad con una diplomacia y un sentido común extraordinarios. Procuraba que sus pupilas se sintieran como en casa, las trataba como hermanas, mitigaba sus frecuentes depresiones con su compañía y ellas cumplían con agrado las normas por las que se regía la vivienda. Por ejemplo, cuando alguna de las chicas dejaba libre su habitación, Marisol ponía un anuncio en el periódico para buscar una sustituta, y todas ellas entrevistaban a las candidatas para que la elegida contara con la anuencia del resto. Con esta forma de actuar, las residentes se sentían importantes, la convivencia entre ellas era muy placentera, y la elegida sabía que contaba con la conformidad de sus compañeras.

Como no es muy difícil de comprender, unas chicas jóvenes, independientes y de mentalidad avanzada, en materia de sexo gozaban de un amplio sentido de apertura y tolerancia. Si una de ellas quería pasar la noche con el novio en su habitación, podía hacerlo, siempre que se comportara con la debida discreción y no molestara a las demás. Y, cuando la chica que ocupaba la habitación de una sola cama, deseaba pasar la noche en buena compañía, por un módico precio, Marisol le cedía la habitación de matrimonio, porque «Las buenas amigas están para ayudarse» ―eso me dijo Paco—.

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