¡Una hurra por los jubilatas!

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Por Mariano Valcárcel González.

Encuentro en las comunicaciones que se envían los miembros de la promoción de oficialía-maestría del 65-70 que, como es de aplastante lógica, casi todos los comunicantes están ya jubilados, unos incluso afectados de prejubilaciones prematuras.

Hay consenso común que eso de jubilarse no significa estarse ya quietecito y metido en un cajón (sea domicilio, sea un cajón conceptual y mental). Alguno incluso declara que asesora a empresas o que gestiona la propia. Otros explican sus actividades lúdicas, pescar, andar, estarse en alguna asociación cultural… Variedad de casos.

Me imagino que muchos se jubilarían por llegar a la edad oficial, esos 65 que todos ya cumplimos. Y los habrá que podrían haber estado aptos para sus trabajos todavía; pero otros, en realidad, ya notaban un pesado lastre en ejercerlos, por problemas de salud principalmente.

Ahí viene mi reflexión al respecto. Ni todos los que se jubilan son ya unos lastres para sus empresas, necesariamente desechables, ni todos los que pretendieran o pretenden seguir en el tajo están realmente aptos para ello.

A mi hija la inyectó, hace unos días, una enfermera en el ambulatorio del SAS; y porque era inyectar, que si es para sacarle sangre no se sabe si hubiese necesitado una mañana; tal torpeza manifestaba ya la pobre señora mayor. Sí; hay quienes aducen, para no jubilarse a la edad general, que están en perfecto estado de revista, que en el ejercicio de su profesión pueden estar algunos años más sin problemas… Pero, ¿nos hemos parado a pensar en las singularidades de quienes pretenden prorrogarse en el trabajo?, ¿en las características del mismo?, ¿en las consecuencias inmediatas y, para otros, del desarrollo de su labor? O al contrario; si pretendemos extender la vida laboral de los mayores, ¿están todos en igualdad de condiciones para poder seguir trabajando…?

Yo me jubilé cuando la Administración me lo permitía, antes de llegar a esos 65 de marras, porque ‑la verdad sea dicha‑ estaba ya muy quemado y no porque mi trabajo docente, al que dediqué casi cuarenta años sin pasar a otras actividades, no porque no me gustase, sino porque cada día la labor de un maestro de escuela es más difícil, está más acosada, tanto por la autoridad docente como por la autoridad que se confieren a sí mismos los padres e incluso las mismas criaturas (fomentada y alentada por esa autoridad docente que los necesita para llenar sus urnas); por la excesiva burocracia absurda, las más de las veces, como único justificante de una labor mucho más compleja que rellenar unos datos para que cuadrasen las estadísticas.

Había, sin embargo, compañeros que manifestaban que no querían jubilarse ¡porque se aburrirían!, con lo que, en realidad, demostraban que no sabían hacer nada, que no eran capaces de tener iniciativas ni sacarle provecho a otros espacios de la vida. Eran (y son) los compañeros que hacen todo rutinariamente, ciñéndose a cuatro textos y esquemas ya trillados, repitiendo siempre lo mismo en cualquier circunstancia y a cualesquiera escolares que se les pusiesen por delante. Esos que, aparentando hacer algo, en realidad no hacen nada. O esos que aprovecharon las idas y venidas del sistema para desengancharse de la penosa tarea del día a día en aula metidos, que salieron para actividades demostradamente innecesarias o que, al final, obtuvieron sustanciosas reducciones de jornada por sus cargos.

El que uno ame su profesión no significa que tenga que estar atado a la misma toda la vida. Por ello, muchos de los que se jubilaron, cuando les llegó la hora, quedaron liberados de lo accesorio que el trabajo tan amado tenía. No digamos nada de los que respiraron aliviados, cuando abandonaron una actividad que ya se les hizo penosa, no meramente por los achaques de un cuerpo que se empezó a rebelar, a desobedecernos; que nos advertía que algunas piezas empezaban a fallar; sino también, porque ya no estaban a gusto en su labor. Malas formas de jefes idiotas que creen que ser jefe es dar por culo al subordinado, como forma de afirmar la autoridad sobre los demás; cambios de lugar, de sección, de actividad (e incluso de salarios a menos), que van acompañados de más presión y exigencia; y que uno oiga que ya no es joven, los acusa en demasía. Mera conciencia de que ya ha dado todo lo que podía dar y que se merece algún retorno de la sociedad.

Ese retorno es el descanso de la obligación diaria (desde luego que surgirán otras, familiares principalmente) de trabajar y de recibir un salario a cuenta de esos años trabajados: la pensión de jubilación. Ahora, esas pensiones pueden variar bastante según en qué se haya trabajado y dónde y cuánto. Por eso, hay quienes, conociendo la escasez de dinero que le van a abonar mensualmente (o porque no quieren prescindir de la paga que reciben si continúan, siempre más sustanciosa), reciben de muy mala forma el ser jubilados o piden si tienen la oportunidad de seguir algunos años más.

Mucho habrá que pensar en este tema de las jubilaciones, si es verdad que el sistema, tal como está actualmente configurado, hace aguas por el lado de las pensiones. Es un sistema contributivo en diferido; porque, supuestamente, lo que se contribuyó realmente no sirve, sino que es la contribución de quienes están en activo, cuando uno se jubila, la que permitiría que el jubilado reciba la pensión. El sistema depende, pues, del momento en el que se cotiza y sus variaciones del desarrollo laboral general (cuantos más trabajen más cotizaciones habrá y, al contrario, se gastarán los fondos ahorrados). No es un sistema de pensiones especulativo o de gestión del capital aportado, como hay en otros países y como quieren quienes de ellos pueden hacer negocio (bancos, aseguradoras, carteras de valores y fondos de inversión).

Jubilarse, pues, es complejo. A veces, arriesgado. También satisfactorio para quienes, como mis compañeros, han tenido una vida laboral larga por delante y ahora pueden descansarla dignamente. ¡Una hurra por los jubilatas!

marianovalcarcel51@gmail.com

Autor: Mariano Valcárcel González

Decir que entré en SAFA Úbeda a los 4 años y salí a los 19 ya es bastante. Que terminé Magisterio en el 70 me identifica con una promoción concreta, así como que pasé también por FP - delineación. Y luego de cabeza al trabajo del que me jubilé en el 2011. Maestro de escuela, sí.

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