Por Dionisio Rodríguez Mejías.
2.- Soñar con el futuro.
Era emocionante pensar en lo felices que íbamos a ser. Se volvería loca cuando le diera el anillo y le pidiera que se casara conmigo, pero eso lo haría durante el viaje. ¡Vaya escena! Hasta copié una poesía de Octavio Paz para leérsela mientras se lo colocaba en el dedo. Empezaba así: “La noche borra noches en tu rostro…”.
Compré una bolsa de viaje muy manejable, y dejé la maleta debajo de la cama. Catalina sabría qué hacer con ella. Me sentía como un héroe de película. Qué maravilla arrancarla de las garras de Santamaría y disfrutar del viaje con ella a mi lado.
—Berto, en Madrid hace mucho frío, ¿verdad?
—Algo más que aquí, pero tampoco es la Siberia. No te preocupes, ya verás como muy pronto te acostumbrarás.
Aunque eran tiempos difíciles, me sentía seguro: con el dinero que llevaba no tendría problemas. Quería ir bien vestido. Era muy conveniente cuidar el aspecto para evitar recelos en caso de que necesitáramos ayuda o nos parara la Guardia Civil. Cuando Olga terminó de preparar su equipaje, el armario se quedó casi vacío. Cerró las bolsas, las puso junto a la puerta, empezó a sacar su ropa interior de uno de los cajones, y a continuación hubo un detalle que echó mi optimismo por los suelos. Con la mano derecha cogió la punta de un pañuelo de seda, lo agitó en el aire con gran misterio, como si se tratara de un juego de magia, metió la mano bajo el colchón y sacó un objeto oculto bajo el pañuelo. Con la otra mano, simuló echar unos polvillos mágicos y, haciendo un gracioso movimiento de prestidigitación, retiró el pañuelo.
—Et… ¡voilà! —dijo alzándolo con una mano y dejando al descubierto una botella de ginebra sin abrir—. Señoras y señores… aquí tienen la mejor medicina para combatir el frío en los viajes.
—Prometiste que no volverías a beber —le dije mordiéndome el orgullo—. ¿Por qué prometes cosas que no eres capaz de cumplir?
Nadie es más generoso, nadie tiene más capacidad de perdón que el que teme perder a la persona amada. Ella me miró con una deliciosa expresión de ingenuidad, se encogió de hombros, se echó a reír y, para que no se enfadara, la estreché contra mí.
Siguiendo en su papel de ilusionista, abrió la botella, echó un trago, me la entregó y volvió a la actuación:
—Que nadie se alarme, señoras y señores. Todo está bajo control. Seguidamente, mi compañero Berto probará la medicina para comprobar que digo la verdad.
Sabía que si me enfadaba acabaríamos como siempre. Intenté sonreír; de mala gana, simulé que bebía y protesté un poco, sin exagerar. Luego encendí un cigarrillo, aspiré con fuerza y sentí un profundo bienestar. Le prometí que en un año acabaría la carrera, encontraría trabajo, alquilaríamos un apartamento y nos casaríamos. Sin dejar de reír, empezó a juguetear con las prendas que sacaba del cajón, tarareando esa cantinela, de los espectáculos de streptease: «Tarara, tarara…». De repente, dejó la botella en el suelo, se me acercó como un animalillo juguetón, me abrazó y me dijo al oído casi temblando.
—Berto, nunca he conocido a nadie como tú. Siempre me has ayudado sin pedir nada a cambio. Quiéreme con locura, como nunca has querido a nadie.
Terminó de preparar el equipaje y, antes de echarse sobre la cama, extendió el pañuelo sobre la lámpara de la mesita.
—Así es más romántico, ¿verdad?
La atenuada luz dejó la habitación en una penumbra, pálida y amarillenta, como esas fotos antiguas de color sepia; y, por primera vez, nos amamos con un amor de juventud, tierno y apasionado. La pasión y el placer nacen del amor.
—Ha sido maravilloso, Berto, te he sentido. Te he sentido dentro de mí.
Después de tanto tiempo, sigo recordando aquel extraordinario momento de mi vida, porque nunca he vuelto a sentir un placer tan intenso como el de aquella noche. Recordar es volver a vivir, volver a amar: a lo largo de la vida vivimos el amor de muchas formas, unas veces con dicha, otras con dolor. Lo importante es el afecto que nos jugamos en cada partida, y aquella noche mi vida estaba sobre la mesa. Apenas dormí un par de horas por la preocupación; pasamos la noche abrazados como niños.