Por Dionisio Rodríguez Mejías.
3.- Momentos inolvidables.
Por fin llegó el gran día. Yo iría al trabajo como siempre, y luego me esperaba Roser. Al final de la mañana, Olga recogería su liquidación y, a eso de las cinco de la tarde, emprenderíamos el viaje. Guardé el equipaje debajo de la cama y cogí el coche para ir a la oficina. En aquellas fechas, las gestiones en la empresa eran muy escasas, porque los clientes estaban pendientes de sus vacaciones. Mi jefe, Tony Torner, apenas pasaba por el despacho, y yo disponía de mucho tiempo libre. A media mañana, sin decir nada a nadie, salí de la oficina y fui a comprar el anillo de prometida para Olga. Nunca me han tratado con semejante ceremonial, ni me han dedicado tan exageradas reverencias. El vendedor me invitó a sentarme, me trataba de usted, y me preguntó si me apetecía tomar café. Aquel trato tan distinguido hizo que me sintiera seguro e importante.