Por Mariano Valcárcel González.
Cuando nos llega el tiempo de carnaval, una cosa que es indispensable es el disfrazarse de cualquier cosa, o el ponerse una máscara más o menos elegante al estilo veneciano o al estilo de los mascarotes, más de nuestra tierra. Nos lo montamos en la pretensión de que es una excepcionalidad, un periodo corto de tiempo en el que está tácitamente admitido que podemos alterar lo cotidiano, que podemos aspirar a ser otros y otras. Que nos podemos y podemos mentir.