Por Dionisio Rodríguez Mejías.
1.- Preparando la fuga.
En cierto modo, era como si nos casáramos: necesitaba saber adónde iríamos a vivir, contar con un empleo para hacer frente a los primeros gastos, y comprarle un anillo de compromiso. Si había tenido el valor de dejar a Santamaría, y estaba dispuesta a marcharse conmigo, era porque me quería. Ahora era a mí a quien correspondía dar el paso siguiente, y pensar en el futuro que nos aguardaba. El reto era importante, pero los dos estábamos decididos a olvidar aquellos días de malestar, iniciar una nueva vida, y vivir juntos y felices para siempre. La idea me ilusionaba, pero había momentos que me invadía el pesimismo por lo mucho que dejaba detrás de mí. Estaba a punto de terminar la carrera, contaba un trabajo estable y empezaba a ganarme la vida con cierto desahogo. Por otra parte, me había convertido en un barcelonés que hablaba con soltura el catalán, vivía en una ciudad maravillosa, y empezaba a vestir con cierta distinción. Y, en cuanto al porvenir que me aguardaba, no podía ser mejor si aceptaba la propuesta de Vilanova. De no ser por Olga, nunca se me hubiera pasado por la imaginación dejar esta ciudad.
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