El esperpento nacional

Por Juan Antonio Fernández Arévalo.

Hay países donde existe una “especialidad” endémica que les distingue de otros. No es que sea en exclusiva, pero se produce con más intensidad y es más exitosa y espléndida. Eso sucede con la mafia siciliana o napolitana, que se extiende por toda Italia y que alcanza su cénit en Estados Unidos, durante los años 20 y 30 del pasado siglo. El nombre de Al Capone es un símbolo y la película “El padrino” (para muchos la mejor de la historia), de Francis Ford Coppola, la representación más genuina. Y no es que en el resto del mundo carezcamos deorganizaciones tan excitantes, sino que fuera de los lugares citados parece perder originalidad y brillantez.

De manera similar, en España surge el esperpento, que tan bien describió nuestro segundo manco genial, don Ramón del Valle Inclán; aunque el primero, el más genial de todos, Miguel de Cervantes, se adelantara en su “Ingenioso hidalgo, don Quijote de la Mancha”, cuyas aventuras se parecen bastante a lo que entendemos por esperpento. Y también, como en la mafia, una serie de películas tituladas “La escopeta nacional”, del gran Luis García Berlanga, ha recogido los elementos esenciales de este símbolo hispano, que es el esperpento. José Sazatornil, “Saza”, da vida a un personaje que hace verosímil ese género literario, convirtiéndolo en seña de identidad de un determinado tipo de conductas relacionadas con los poderes públicos. En mi comentario, entiendo por esperpento, en su sentido amplio, la situación extravagante, disparatada, desatinada, ridícula o absurda. En todo caso, el esperpento es un género cuya definición exacta no existe.

Pasando por alto las apariciones en plasma del gran comunicador y los jugosos emails de ánimo y fortaleza hacia el innombrable (LB) de nuestro ínclito presidente, y haciendo caso omiso a las explicaciones cantinflescas de nuestra Dolores de Cospedal, la nueva Lola de España, en su ¿brillante? exposición, repleta de humor del absurdo (que es el bueno), sobre el sueldo en diferido del “malo, malísimo” Luis Bárcenas (LB), cuyo nombre no ha de pronunciarse jamás, por decoro y vergüenza, hay unos cuantos acontecimientos que brillan con luz propia y son dignos de figurar en los anales del esperpento. Comentaré dos recientes.

El primero no tiene desperdicio. Me refiero al llamado pequeño Nicolás, un joven ya talludito, que desde su adolescencia ha ido creciendo en su impostura simpática, sacándole los colores (a posteriori, por supuesto) y ridiculizando a los representantes de todas las instituciones a las que ha tenido a bien acceder. Sus fotos de privilegio junto al ex presidente José María Aznar, la ex presidenta de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre, o el presidente de los empresarios de la misma Comunidad, Arturo Fernández; su obsequiosa protección de la esposa de un consejero, ciñéndola por la cintura con garbo y salero, su displicente dispersión de periodistas incómodos para con sus protegidas (con chulería de perdonavidas) y, por último, su presencia en el besamanos de los reyes de España, como un grande, con su traje impoluto y su corbata a juego, su cuidado peinado, con la gomina marca de la casa, y sus andares de niño pijo, muy en su papel de persona relevante, le hacen acreedor a algún premio que debiera inventarse a no tardar mucho. Hemos de saludar a un nuevo genio de la superchería, que a los veinte años ha alcanzado las cotas más elevadas que concede la audiencia pública. Un auténtico master en relaciones de todo tipo.

Y, en segundo término, pero en pareja notoriedad, el locuaz José Antonio Monago, presidente de la Junta de Extremadura, un hombre con un desparpajo y una simpatía evidentes, ha sido protagonista de la última película esperpéntica, digna del mejor guionista cinematográfico. Sus 32 viajes a Canarias, como senador, a costa del dinero de los contribuyentes (corrupciones y corruptelas forman parte integrante de nuestro desayuno diario), según él para apoyar o coordinar acciones políticas de su partido en las Islas Afortunadas, donde hay, parece ser, hasta 20 senadores de todos los colores políticos; y, según la prensa maldita, la oposición sediciosa y el fuego amigo ‑que parece el más interesado‑, para visitar a una amiga, amiguita del alma, consejera o no sé cómo definirla, llamada Olga Henao, de procedencia colombiana, para mayor morbo. Una especie de madame Pompadour a lo latino, pues resulta que otro senador del mismo partido, por Teruel, se “confesaba” con la misma persona unos meses más tarde. ¿Qué tendrá ella que no tengamos nosotras, podrán decir muchas mujeres canarias, que las hay muy bellas e inteligentes?

 

En fin, como todas estas cosas hay que tomárselas con humor, porque de lo contrario nos sale un “Podemos”, yo así me las tomo y me río, me río…, tanto, tanto, que se me saltan las lágrimas.

Cartagena, 11 de noviembre de 2014.

 

jafarevalo@gmail.com

Autor: Juan Antonio Fernández Arévalo

Juan Antonio Fernández Arévalo: Catedrático jubilado de Historia

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