Por Fernando Sánchez Resa.
En esta noche de ansias inflamada, siéntome reconfortada por el dulce y entrañable acto, realizado hoy aquí, en esta recóndita iglesia de la Inmaculada Concepción de las MM. Carmelitas Descalzas, de esta ciudad sin par, a la que no tuve el gusto de visitar en mi andariego vivir; aunque sé que guardan amorosamente en su convento, mis amadas hijas, una carta de mi puño y letra, algunas de mis reliquias y varias cuentas de mi rosario…
Aunque observo que la iglesia no está aborrotada, como yo esperaba, sin embargo, el incondicional público (entre el que se encuentra toda la comunidad carmelita hábil, en su clausura junto al altar) y los tres protagonistas de este evento que conmemoran el quinto centenario de mi nacimiento, han brillado con luz propia por su valía contemplativa, religiosa, poética y musical…
Así lo ha demostrado el padre carmelita Fernando Donaire Martín, abriendo el acto con palabras de agradecimiento al santico de Fontiveros, a Ramón Molina Navarrete, al Grupo Polifónico San Juan de la Cruz, a las humildes monjitas de mi querida orden carmelitana y hacia mi propia persona. El P. Fernando, rememorando (nostálgicamente) sus muchos y entusiásticos años de profesión religiosa, en especial el día en que entró a formar parte de los carmelitas descalzos, en la iglesia de San Miguel…
También Ramón Molina Navarrete, excelso poeta y dramaturgo, con su encendido e incisivo verbo ha sabido retratar fielmente el estado actual de la fe en nuestra sociedad occidental, donde tanto prima el agnosticismo, la incredulidad y el descarnado ateísmo frente a este puñado de mujeres carmelitas, dedicadas a la oración y la contemplación, que han sabido elegir el camino correcto del mismísimo cielo terrenal para llegar al del más allá… Y Ramón lo ha hecho mediante un ramillete de depurados poemas, entre los que sobresalen sus pulidos y redondos sonetos, y una prosa ágil, directa y sin contemplaciones; incluso imaginando que yo, Teresa de Jesús, había tenido un imposible encuentro con su amable persona, siglos ha…
Y entreverándose y conjuntándose con él, como “perlas orientales” de alto valor musical y poético, las canciones del Grupo Polifónico San Juan de la Cruz, endulzando el álgido momento que todos estábamos viviendo; particularmente yo, Teresa de Cepeda y Ahumada, más conocida por el nombre de Santa Teresa de Jesús o simplemente Teresa de Ávila; pues sus musicados poemas teresianos levantaron celos infundados en mi caro frailecico, Juan de la Cruz, al que tantas ilusiones y esperanzas imbuí; y que me han sonado a Gloria pura, destacando el que todo el mundo conoce:
«Vivo sin vivir en mí
y tan alta vida espero,
que muero porque no muero…».
Cuando acabó todo el acto y los aplausos y plácemes fueron dados a todos sus destinatarios, me quedé plena de regocijo terrenal y divino, dándole efusivamente las gracias al Altísimo porque, con los tiempos que corren y habiendo transcurrido ya tantos años de mi nacimiento, haya aún gente en esta “Ciudad de los Cerros” (y en otras muchas en las que se ha realizado ‑o se realizará‑ este o similar acto) que prepare esta magnánima y brillante apertura de un evento que, también desde el cielo, hemos disfrutado todos tanto como las propias monjitas de mi amado convento ubetense que hoy, por fin, he visitado (en espíritu encarnada) tras pasar cinco siglos esperándome…
Úbeda, 10 de octubre de 2014.