Podríamos haberlo llamado el CLUB DE LAS SEGUNDAS ESPOSAS, pero era simplemente una reunión de matrimonios en un apartado cortijo de la sierra, un sábado de octubre, con los días acortándose poco a poco, mientras el ambiente refrescaba y los chopos se doraban junto al río, que llevaba, casi en silencio, un modestísimo chorrillo de agua.
La sierra estaba bonita y ya empezaba ese tiempo precioso en que tanto apetecen unas chuletas a la brasa, con alioli y un par de vasos de vino. Era una tradición reunirnos, en la sierra, los tres matrimonios unidos por una leal amistad y por el hecho curioso de ser tres divorciados, casados el mismo verano con sendas muchachas solteras.