Amalia se llevó una agradable sorpresa al ver a León en la estación Plaza de Armas, en el andén de llegada de su autobús. Ahora sí llevaba un hermoso ramo de flores variadas, más alegres que los claveles. Miró a un lado y a otro. Algunos viajeros eran conocidos del pueblo. Cuando recibió de León un par de besos en las mejillas, se azoró. León se dio cuenta de que la mujer había cambiado de traje. Iba vestida con uno de chaqueta de colores sobrios, pero no sombríos.
—Con flores a María —dijo Amalia algo nerviosa pero complacida, sin importarle las miradas indiscretas de algunos de los viajeros—.
—Que Madre Nuestra es… —completó León embromando, para quitar romanticismo otoñal a la escena—.
—¿Sabes que he dudado hasta el último momento en venir de nuevo a Sevilla?
—Me alegro de que te hayas decidido a venir.