Al regresar León a su casa, tenía la impresión de que no había sido honesto con Amalia. Un resquemor interno le hacía sentirse mal. Aquel estúpido sainete que Alfonso y él habían representado en Jacaranda le pareció una burla a Amalia, que no se la merecía. Los dos eran unos siesos. ¿Con qué derecho habían menospreciado a aquella mujer confiada y nerviosa? ¿Quiénes eran ellos para jugar con los sentimientos de nadie? Encendió la luz del pequeño vestíbulo y la casa le pareció más fría y desolada que nunca. Dejó la llave en la repisa del mueblecito de la entrada, el del espejo.
La mano de la mujer, tras los cristales de la luna trasera del taxi, despidiéndose, parecía darle una bofetada en el rostro. ¡Cómo habían podido caer los dos tan bajo!