Un puñado de nubes, 32

13-04-2011.

Con los codos en la mesa y la barbilla apoyada sobre los dedos entrelazados como un solo puño, León se dispuso, no sin cierta aprensión, a escuchar a Alfonso.

—Sabes que por razones personales mi relación con las mujeres siempre se ha reducido única y exclusivamente a la que ofrecen los cabarés de lujo. No sé cómo te las arreglas tú desde que estás viudo, pero es mi manera de satisfacer ciertas necesidades o urgencias. Así fue cuando vivía en el extranjero y así sigue y seguirá siendo en Sevilla. Pues bien, hace poco más de un mes conocí en el jacuzzi de un cabaré a una muchacha preciosa, con unos ojos verdes y una piel que me recordaron…

—¡Ah, no…! —cortó León—. Y vuelta la burra al trigo… ¿Es que no piensas salir del surco?

—No, León. Ahora es diferente. Mira que esta chica de la que te hablo no tiene aún veinte años y podría ser mi nieta. Lo que te quiero decir es que estoy dispuesto a pagar lo que sea para que salga de ese tugurio y recobre su libertad.

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