Alegrías y penas

10-02-2011.
El mes de marzo es el que me ha inundado de alegría y de gozo muy grande. Aunque sea una paradoja, también me ha marcado con la desgracia y la pena.
Ese mes, el mismo día en que nacía la primavera, veía la luz mi primer hijo (en este caso, hija Toni), que brotó como una florecilla en este mundo o jardín que Dios nos dio a la humanidad para gozo, recreo y trabajo.
Seis años después, cuando la primavera llevaba tres días floreciendo el mundo, nació mi segundo hijo. Esta vez fue varón y vino a colmar de felicidad a todos, pues, para unos padres, ¡qué goce más completo es tener un niño y una niña! La alegría se desbordó y a todos nos inundó el gozo.

Cuando se estaba gestando la primavera y, tímidamente, los almendros reventaban sus yemas, cuatro días antes de que llegara esa perfumada estación, pero siete años después del segundo alumbramiento, nació mi tercer hijo. Antonio, otro varón con quien ‑lo mismo que si hubiera sido hembra‑ gozamos, de nuevo, una feliz satisfacción.
Varios años después, un diecinueve de marzo, tercer mes del año y después de permanecer más de un mes en Madrid en la Clínica de la Concepción y tras soportar dos intervenciones quirúrgicas, me dieron el alta. Ese día, Día del Padre, amaneció Madrid bajo un manto blanco, pues el invierno quiso dejar constancia de su fría estación y dio, como se dice, «Una de cal y otra de arena». Y el día siguiente amaneció con cielo azul claro y un sol radiante. Mi mujer, mi hijo Fernando y yo, ilusionados y contentos, nos montamos en nuestro Seat 600 y enfilamos la carretera de Andalucía, camino de nuestra ilusionante casa, a nuestra querida Úbeda, donde me esperaba el resto de mi querida familia.
Como decía anteriormente, ese mes también me ha marcado con la desgracia y la pena.
Un lejano día de San José, perdí a mi padre. Por primera vez sentí en mi ser una profunda y acongojada pena. Palpé cómo mi corazón se llenaba de dolor por la pérdida tan irreparable.
Varios años después, un veinte de marzo, de nuevo llamó a mi corazón el dolor y la soledad. Murió mi madre y entonces sentí, con lágrimas en los ojos, lo que significa ser huérfano.
En ese momento sentí
mi corazón latir precipitado,
cual si quisiera en mí seguir latiendo
su corazón amoroso, que se ha parado…
En las postrimerías de este viejo año, ya extinguido, he visto cómo un ser querido, miembro de mi familia, ha fallecido: mi cuñado Guillermo, que fue uno de los muchos ubetenses que emigró a Madrid en busca de mejor vida y a quien, después de varios años trabajosamente vividos, la nostalgia le invadió y, ya jubilado, quiso pasar los últimos días de su vida en el pueblo que le vio nacer. Ha pasado el matrimonio años muy felices en la Residencia de la calle Montiel, donde era querido y respetado por todos los miembros de esa institución y su dirección.
Este nuevo año ha empezado para nuestra familia y para mí con malos augurios, pues se veía gestar una desgracia familiar: mi hermano Juan, el día 22 de enero, falleció a consecuencia de una traicionera enfermedad que le tenía postrado por el dolor que resignadamente ha padecido y ha sobrellevado con entereza. ¡Descansen en paz los dos!

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