Un puñado de nubes, 06

11-02-2011.
Del aparcamiento hasta el piso fueron tres minutos de mandarinas y calorcillos corporales que subían hacia el estómago con riesgo de saludar a las farolas duras y quietas que alguien se empeñaba en poner delante de nosotros.
—No hagas ruido, que mi amiga está durmiendo.
Nunca sabrá León cómo se desnuda una mujer tan de prisa. Sonaba en la radio la canción de Massiel: “Rosas en el mar”.
En el barrio de las nubes tengo mi nube blanca con parcela de chocolate y piruletas de colores que nacen solas. Huele a menta y pasas de uva. En los árboles mecen un columpio y una hamaca.

Por dentro es verde, con tres estancias verde almendra, trigo verde y verde limón, donde guardo mis recuerdos y preparo los proyectos. Mi cama es una mullida alfombra azul con largos hilos de algodón. En la tercera, tengo libros y canciones que suenan siempre. Dos escalones suben a la segunda planta, que es una ventana continua redonda por donde veo el mundo de lunares. En el sótano hay un pequeño mueble de azúcar, conectado a todos los inventos y progresos modernos, que apenas uso.
En la terraza hay una gran vela desplegada que sabe sola a dónde ir o parar. Por fuera cambia de forma, a voluntad del viento amigo. Su estructura es ligera, pero sólida y da seguridad.
La luz es divina, el aire del cielo y el agua sube cálida del mar.
Vamos recorriendo juntos desde el Aljarafe a Sierra Mágina y de la Axarquía a la Alpujarra granadina. Lo más lejos que hemos llegado ha sido a Suiza. Un día pasamos los montes grandes y una suave corriente nos permitió disfrutar de los campos limpios con ríos juguetones y aves cantarinas.
En Suiza nos pasó algo extraordinario. Eché el ancla. El globo me dejó suavemente en la nieve ante un señor con gafas que hablaba francés. Me sonaba su cara.
—Pero despierta hombre, que llegamos tarde a clase. Anda que te voy a dar pronto otro porro —le zarandeaba Amalia—.
Le dolía la cabeza. Con el sentimiento de haber traicionado al mundo, saltó de la cama y, después de ducharse, León salió como una bala para la facultad. Amalia reflejaba una amplia sonrisa misteriosa.
—Vaya con el primerizo —sentenció—.
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