
Aquel día en que se desató la fuerte borrasca, por la que León tuvo que darle el esquinazo a su amigo Alfonso, éste, efectivamente, lo estuvo esperando en el bar más de una hora. Apenas había clientes. Sentado junto a la ventana enrejada que da a la calle, Alfonso contemplaba con cierta melancolía las bandadas de hojas arrugadas que se desprendían de los árboles. Después de saborear plácidamente el cortado, y a punto ya de terminar su primer coñac, decidió llamar a León para que le explicara su tardanza; pero el bolsillo donde solía poner el móvil estaba vacío. Tanteándose todos los bolsillos del chaquetón, se preguntaba:
—Pero, ¿dónde carajo lo habré dejado? ¿Y si se me ha caído por la calle?
Convencido de que León ya no vendría, y preocupado por la posible pérdida del móvil, apuró el último sorbo de coñac, dejó sobre la mesa unos euros y salió a la calle. Rehízo escrupulosamente el camino de vuelta; recordó que, al doblar la esquina que da a su calle, chocó con una joven y que la ayudó a recoger los múltiples objetos caídos de su bolso y desparramados por el suelo. La chica le dio las gracias e incluso lo abrazó. A Alfonso le extrañó tanta efusión.
Cuando en su casa buscó el móvil por todos los rincones y sin éxito, comprendió las consecuencias del inesperado abrazo. Tras desahogarse mediante una aireada sarta de palabrotas blasfemantes, en las que estaban incluidos el amigo León, la desconocida joven y algún que otro personaje celestial, tuvo, sin embargo, el reflejo de anular su abono con Movistar. Esa misma tarde fue al cercano cuartel de la Guardia Civil a denunciar el presunto robo.
—¿Una muchacha alta, fuerte, morena…? Pues será la misma… —concluyó el cabo—.
Y durante tres días estuvo haciendo gestiones para obtener un móvil a precio asequible.
Como viajaba con cierta frecuencia, Alfonso había renunciado al teléfono fijo en casa. Pero no creyó ni necesario ni oportuno telefonear a León desde una cabina.
—¿Para qué —se dijo—, si lo veré el jueves por la tarde en el café? Le pediré que me acompañe a la tienda de Movistar y le enseñaré mi nuevo móvil.

Ya consultaba Alfonso su reloj, cuando se abrió suavemente la puerta. Una mujer menuda, exquisitamente peinada, vestida con falda roja y chaquetilla negra, esbozaba una deliciosa sonrisa y, acercándose a su mesa, le dijo dulcemente, al tiempo que le extendía su pequeña mano derecha:
—Hola, León. Buenas tardes. ¿Pero no me habías dicho que llevarías una corbata de color rojo?
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