09-02-2011.
Aquel día en que se desató la fuerte borrasca, por la que León tuvo que darle el esquinazo a su amigo Alfonso, éste, efectivamente, lo estuvo esperando en el bar más de una hora. Apenas había clientes. Sentado junto a la ventana enrejada que da a la calle, Alfonso contemplaba con cierta melancolía las bandadas de hojas arrugadas que se desprendían de los árboles. Después de saborear plácidamente el cortado, y a punto ya de terminar su primer coñac, decidió llamar a León para que le explicara su tardanza; pero el bolsillo donde solía poner el móvil estaba vacío. Tanteándose todos los bolsillos del chaquetón, se preguntaba:
—Pero, ¿dónde carajo lo habré dejado? ¿Y si se me ha caído por la calle?
Convencido de que León ya no vendría, y preocupado por la posible pérdida del móvil, apuró el último sorbo de coñac, dejó sobre la mesa unos euros y salió a la calle. Rehízo escrupulosamente el camino de vuelta; recordó que, al doblar la esquina que da a su calle, chocó con una joven y que la ayudó a recoger los múltiples objetos caídos de su bolso y desparramados por el suelo. La chica le dio las gracias e incluso lo abrazó. A Alfonso le extrañó tanta efusión.
Cuando en su casa buscó el móvil por todos los rincones y sin éxito, comprendió las consecuencias del inesperado abrazo. Tras desahogarse mediante una aireada sarta de palabrotas blasfemantes, en las que estaban incluidos el amigo León, la desconocida joven y algún que otro personaje celestial, tuvo, sin embargo, el reflejo de anular su abono con Movistar. Esa misma tarde fue al cercano cuartel de la Guardia Civil a denunciar el presunto robo.
—¿Una muchacha alta, fuerte, morena…? Pues será la misma… —concluyó el cabo—.
Y durante tres días estuvo haciendo gestiones para obtener un móvil a precio asequible.
Como viajaba con cierta frecuencia, Alfonso había renunciado al teléfono fijo en casa. Pero no creyó ni necesario ni oportuno telefonear a León desde una cabina.
—¿Para qué —se dijo—, si lo veré el jueves por la tarde en el café? Le pediré que me acompañe a la tienda de Movistar y le enseñaré mi nuevo móvil.
Sentado junto a la ventana enrejada que da a la calle, Alfonso contemplaba la lluvia que caía en gruesos goterones. Se dispuso a leer un periódico. Cuando se acercó el camarero, le dijo que estaba esperando la llegada del amigo León. La sala estaba ensombrecida. Como únicos clientes, dos parejas de cierta edad, sentadas en un rincón del bar, discutían animadamente.
Ya consultaba Alfonso su reloj, cuando se abrió suavemente la puerta. Una mujer menuda, exquisitamente peinada, vestida con falda roja y chaquetilla negra, esbozaba una deliciosa sonrisa y, acercándose a su mesa, le dijo dulcemente, al tiempo que le extendía su pequeña mano derecha:
—Hola, León. Buenas tardes. ¿Pero no me habías dicho que llevarías una corbata de color rojo?
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