Que los asuntos de la enseñanza y de la educación no están para tirar cohetes es apreciación que la mayoría de los docentes detectamos, pese a los siempre “agradecidos” que medran en oficinillas, coordinaciones varias y proyectos peregrinos que, como es lógico, se empeñan en demostrarnos lo contrario (vean como ejemplo ese monumento al peloteo que se llama Andalucía Educativa).
Que ya de por sí, el ejercer la enseñanza cada día conlleva más problemas y riesgos para el docente de a pie, debido a muchos factores, y no son solo los intrínsecos a la dificultad del ejercicio. Miren ustedes si no y cómo se puede entender ‑y lo que escribo es un ejemplo‑ que, ante una agresión sufrida, la “autoridad política competente” solo sepa aconsejar que el agredido pida la baja “por depresión”… (¿Defensa del subordinado se le llama a eso?).
Pero a veces somos nosotros también quienes hacemos que la enseñanza se deteriore y desprestigie. Sí, no somos nosotros solo mártires, inocentes de lo que acontece, no es así. Tenemos culpa de lo que pasa, unas veces por aguantarnos con todo lo que nos cae y otras por nuestras negligencias, pasotismo, falta de profesionalidad, nula capacidad para ejercer, falso compañerismo, etc.
Sí, a veces ni sabemos ni queremos saber cómo afrontar el trabajo: solo aparentar que algo hacemos, y cobrar con seguridad a fin de mes. Se nos da una higa la calidad de la enseñanza, o peor, la misma enseñanza, los escolares…
Hacemos mucho daño al sistema y principalmente a las criaturas y a los compañeros más inmediatos (dedicados a “tapar”). Y el falso sentido del compañerismo se encarga de eso. A pesar del daño.
Cuando suceden cosas como lo último conocido en El Puerto de Santa María, se estremece toda la credibilidad del sistema.
Entiendo que hay que dar por sentada la presunción de inocencia; y aquí no trato de juzgar y dar por realizados unos hechos que deberán demostrarse que lo fueron; no es esa mi intención: lo que planteo es que, existiendo en la docencia como en todas las actividades públicas y privadas seres despreciables y que mejor estuviesen apartados del ejercicio de sus profesiones (como antiguo alumno conocedor de un internado, ¿habré de aclarar cosas y casos?), se tiende o se ha venido tendiendo a ocultarlos, hasta a justificarlos, con las consideraciones del daño que pueden sufrir esas personas y sus familias (daño insoslayable cuando se destapa el asunto).
Es muy difícil el equilibrio. Más en nuestra profesión.
Que nos equivocamos es cierto, pues humanos somos y nada malo hay en ello si sabemos reconocerlo y rectificar a tiempo. Pero con falsas compasiones, el ocultar las realidades no logra más que, lo que era un problema, se convierta en una crisis.
Nosotros somos lo que somos y a ello nos debemos, pero solo a eso.
Los demás, empezando por las propias “autoridades”, debieran así entenderlo. Y sin embargo, acabamos de perder dos signos importantísimos de nuestra identidad tradicional, de nuestra propia sustancia: la Autoridad y el Cariño… Pues, ¿cómo le da uno, aunque sea leve, un coscorrón a un chico? ¿Cómo se atreverá nadie ya a hacer una simple caricia en el pelo de una chica…?
Copyright © por AA-MAGISTERIO-Safa-Úbeda Derechos Reservados.
Publicado en: 2006-02-09 (55 Lecturas)