La opinión… y otros diálogos

J. M. Berzosa:
Amigos del Rincón:
Con el aval de A. Lara os transmito una correspondencia que hemos tenido estos días a propósito de la creación de una nueva rúbrica dentro del Rincón.
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A. Lara
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He pensado que es una lástima que los artículos u otros escritos, fuera del Rincón, se queden sin reacción alguna por parte de los lectores [virtuales]. Parece como si se mandaran a un archivo destinado a ciegos-mudos.
Me parece que me voy a inventar la figura del CRITICÓN para enviar al Rincón y de manera anónima, comentarios críticos amables acerca de los escritos que se envían. Los míos también. Pero naturalmente te pido que respetes mi anonimato.
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J. M. Berzosa:
Me parece bien la idea de comentar los diferentes artículos; pero no creo que el seudónimo propuesto sea el adecuado, porque ya tenemos a un compañero que así se denomina y aparece entre nuestros firmantes de artículos: Juan Antonio Fernández Arévalo se autotitula “El Criticón”. Busca otro término.
Gracias por tu interés y colaboración.
Un abrazo, tío.
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LA OPINIÓN
Por Antonio Lara.
Se escriben tantos y tan variopintos artículos en nuestra página (géneros, especies y calidades diversas), que me he dicho que es una lástima no leer de vez en cuando una especie de comentario crítico de ellos, sin que necesariamente acuda a parámetros de referencia fijos, sino con objeto de mostrar que esos artículos no caen en agujero sin fondo, que no van a formar parte de un archivo para mudos o insensibles, o que producen el efecto como de «oír llover», etc.
Y esta es mi propuesta: que en el Rincón exista una rúbrica con el título siguiente: LA OPINIÓN.
Naturalmente invito a cada «rinconero» a que se sirva de dicha rúbrica para enviar su juicio sin tener que firmarlo, si lo desea, con su nombre. Lo digo porque, por compañerismo, para evitar sensibilidades u otras suspicacias, no se atreva uno a decir por qué tal o cual artículo le ha parecido mediocre, incoherente, relamido, sin interés, mediano, bueno, excelente, etc., etc. Sin dar notas, y sin miedo a equivocarse. ¡Qué más da, cuando se trata de una opinión llena de subjetividad, (o si puede ser, objetiva) pero honesta y sincera!
Por ejemplo, si yo opinara que el último artículo de don Juan Pasquau me parece que está lleno de incoherencias y de lugares comunes, no sería suficiente. Tendría que argumentar el porqué de dicha opinión. Pero no lo haré. Y no lo haré porque don Juan ya no está con nosotros para activar su derecho a respuesta. Lo mismo que tendría que argumentar que los escritos enviados los días pasados por Lara me parecen anedócticamente entretenidos, sin más. O que el de “Las canicas perdidas” de Dionisio me interesa por la calidad descriptiva de su estilo; la exposición tan justa y tan sensible de la niñez, desde su mirada de adulto; el mensaje de crueldad e injusticia que se desgaja, y que conmueve y convence al lector. O los últimos de Rodríguez Vargas, que parecen valiosas anécdotas didácticas. O que el último de Valcárcel rezuma amargura; los de Hinojosa (algunos) con su costumbrismo alcalaíno algo foclórico; los de Ferrer, con su cuidada, y no siempre acertada, búsqueda estructural; o el rococó de Utrera, etc, etc. O de las poesías, que hay también que decir. Y luego pondría o no mi nombre.
Y opinar sin ánimo de polémica, ni de molestar, ni de ser puñeteros. Más bien, para darle vida a nuestro tiempo y a lo que hacemos. Que lo peor es el «ni fu ni fa», «ni chicha ni limoná», escribir para nadie. No: que ese que lo lea, responda: «Esto pienso yo de lo que has escrito, con todo respeto y libertad». Como tendría que haber ocurrido con la historia aún no cerrada de las caricaturas: primero, respeto. Y respeto recíproco. Porque irrespetuosa fue la actitud de Maragall y la de Rovira cuando se ponían coronitas de espinas paseando por un mercado de Belén o de Jerusalén ‑no recuerdo‑.
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J. M. Berzosa:
Leído lo que me dices y visto el buen sentido que lo llena, creo que el ocultar tu nombre destroza la honradez del mismo.
Dar por supuesto que todos vamos a ser cariñosos y buenas personas, porque no va a aparecer nuestro nombre como responsable de lo que se afirma, puede crearnos serios problemas, más desventajosos que beneficiosos. La participación que pretendes aumentar con estas opiniones ocultas, a la larga, se quedaría en un desencuentro: “No tengo ganas de decirle a fulano que se ha equivocado en esto y esto”. O, por el contrario, si es un conjunto continuado de alabanzas, tal vez convirtamos nuestra página web en un laudatorio mortecino.
Fíjate lo que ha ocurrido con la discrepancia ideológica entre unos y otros de los últimos artículos. El Rincón, que se presta a estos comentarios directos, críticos y sinceros, se ha desacelerado; incluso, parado.
El artículo me parece bueno. Pero convendría ponerle el nombre del autor. Así, cada uno sabe con quién se está jugando la perspectiva. Imagínate a un medio de comunicación opinando, sin mostrar su nombre… ¿Qué pensarías de él? (“Este es un medio maricón, que no tiene huevos para poner su firma”). Si en tiempos de Franco discrepábamos de comportamientos, ¿quién se atrevía a decirlo públicamente?
Como ahora estamos en una democracia, creo que no procede ocultar, sino manifestar abiertamente nuestra opinión, máxime si pretende ser objetiva; y, si es subjetiva, se admite más fácilmente cuando está llena de cariño.
Son breves razonamientos.
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A. Lara:
Es muy sensato lo que me dices y me ha convencido… casi del todo. Pero estoy dispuesto a aceptarlo ya que tú conoces mejor que yo las sensibilidades actuales de nuestra tierra.
Y digo «casi del todo» porque tengo unas rápidas observaciones que hacer a tus argumentos:
1) El anonimato y la honradez pueden ir y a menudo han ido por caminos diferentes. Por ejemplo: una modalidad del anonimato es el seudónimo, pero ¿quién puede negar a Larra la honradez en sus llamados «Artículos de costumbres»? Me dirás que se escribieron en tiempos de Fernando VII (a su lado, Franco sería un inocente bebé). Pero todo el mundo sabía que detrás de “Fígaro” o de “El pobrecito hablador” estaba Larra. El anonimato no desemboca necesariamente en la deshonestidad. Aunque no puedo negar la correlación dictadura-absolutismo/miedo-máscara-anonimato.
2) Un conjunto continuado de alabanzas, o de lo contrario, se puede hacer poniendo o sin poner su nombre.
3) Creo que, en nuestro caso, lo respetable es lo que se dice (o lo que se hace), bastante más que de quién procede la opinión (“Cada uno es hijo de sus obras”). O al menos a mí me parece así.
4) A mí, sinceramente, me importaría tres pepinos saber que alguien, con nombre o sin él, argumentando, «me destroza» un escrito en nuestra página. Lo que me interesa saber es por qué lo que he escrito o dicho no es aceptable o sí lo es. Lo diga un anónimo o no. Tenga huevos o no. Por lo tanto, me dirás: si lo uno es tan válido como lo otro, ¿a qué ocultarse? Por eso estoy de acuerdo contigo. Pero no olvides que «las últimas discrepancias», con nombre propio, terminaron «desacelerando o parando» el Rincón. Yo creo que la cuestión se zanjó con inteligencia y consideración. Es verdad que quizá hubiese habido mayor agresividad utilizando el anonimato. Y ahí es donde me parece que tienes razón. Pero piensa también en esta correlación, ya que hablas en términos políticos: democracia = libertad de expresión (y viceversa); de acuerdo, es deseable. Pero ¿no le da más «libertad de expresión» el anonimato?
Me doy cuenta de que estoy rizando el rizo. Pero lo importante es que esta nueva rúbrica, LA OPINIÓN, le dé un nuevo impulso, un nuevo atractivo, dulce o picante, al Rincón del Café, manteniendo el compañerismo afable, espontáneo, familiar y respetuoso que lo caracteriza.
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J. M. Berzosa:
Bien amigos, ¿qué os parece? ¿Queréis opinar? Pues mandadnos, si lo deseáis, vuestro punto de vista acerca de lo aquí dicho.

 

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Publicado en: 2006-02-18 (59 Lecturas)

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