«—No sé esas filosofías —respondió Sancho Panza—; mas sólo sé que tan presto tuviese yo el condado como sabría regirle; que tanta alma tengo yo como otro, y tanto cuerpo como el que más, y tan rey sería yo de mi estado como cada uno del suyo; y siéndolo, haría lo que quisiese; y haciendo lo que quisiese, haría mi gusto; y haciendo mi gusto, estaría contento; y estando uno contento, no tiene más que desear; y no teniendo más que desear, acabose, y el estado venga, y a Dios y veámonos, como dijo un ciego a otro.
[…]
A lo cual replicó don Quijote:
—Yo no sé que haya más que decir; sólo me guío por el ejemplo que me da el grande Amadís de Gaula, que hizo a su escudero conde de la Ínsula Firme; y así, puedo yo sin escrúpulo de conciencia hacer conde a Sancho Panza, que es uno de los mejores escuderos que caballero andante ha tenido».
[…]
A lo cual replicó don Quijote:
—Yo no sé que haya más que decir; sólo me guío por el ejemplo que me da el grande Amadís de Gaula, que hizo a su escudero conde de la Ínsula Firme; y así, puedo yo sin escrúpulo de conciencia hacer conde a Sancho Panza, que es uno de los mejores escuderos que caballero andante ha tenido».
Miguel de Cervantes Saavedra, Don Quijote de la Mancha, I, cap. 50.
Son dos tipos de sabiduría: la culta y la inculta. Valga la paradoja. Sancho Panza es un sabio inculto; y don Quijote es un loco culto. Lo ideal sería que los dos fuesen cultos sabios; lo ideal es que todos fuésemos así. Pero ni las ganas, ni las ocasiones, ni el ambiente, ni los atractivos, ni… nos permiten serlo. ¡Sálvese quien pueda! También hay que tener en cuenta la diversidad. Si todos fuésemos sabios cultos no podríamos criticar o despreciar a los ajenos, o sonreírnos con sus errores. Perderíamos una faceta impresionante desde el punto de vista de la satisfacción psicológica: reírnos de la simpleza.
La verdad es que tiramos más a Panza que a Mancha. La sabiduría espontánea, natural, la que te va enseñando la vida, la comodidad de la escasez del esfuerzo, la satisfacción del vientre, la carencia de frío, la felicidad vulgar, el egoísmo perfecto, la sonrisa a tiempo, la educación elemental, el cumplimiento social… son nuestros comportamientos comunes. Por eso, que dos personajes tan dispares y tan representativos del talante social sean protagonistas de una bella historia, al cincuenta por ciento, es un error. La vida es pancesca al noventa por ciento. El resto, quijotesca.
Y, puestos a elegir, ¿cuál de ellos es más conveniente? La matemática me da la respuesta: Sancho. Don Quijote es maravilloso, pero utópico; generoso, pero costoso; benefactor, pero perjudicial. Entre el presuntuoso Sancho y el loco don Quijote, me quedo con el vulgar servidor. Lo cual no quiere decir que no podamos ser quijotescos en algunos momentos de nuestra vida. Debemos serlo, porque la locura es una manera distinta de ver lo vulgar. Claro que no podemos ser locos toda ella.
Por eso Cervantes supo acordarnos a don Quijote antes de morir. De ahí que estimemos profundamente tanto al autor como al personaje, reconciliado con la vulgaridad del día a día.
08-06-04.
(60 lecturas).