«Murió a los cincuenta y cuatro años, con tiempo apenas para publicar un libro de más de seiscientas páginas con una investigación magistral sobre la vida secreta de Cien años de soledad, que había trabajado durante años sin que yo lo supiera, y sin solicitarme nunca una información directa».
Vivir para contarla, p. 475. Gabriel García Márquez.
Ejercitarse significa que uno se debe esforzar. Estudiar es un esfuerzo que suele resultar poco atractivo, salvo para algunos pocos. Y si nuestro entendimiento no nos da para más, estudiar resulta imposible. Cada uno se queda en donde su capacidad intelectual le aconseja o permite. No hacemos más que seguir la ley del mínimo esfuerzo, que es universal.
Comento esto, porque García Márquez escribió la maravilla de Cien años de soledad cuya apariencia es poco científica: se trata de una narración amena, divertida, sentida, vivida —e incluso vívida—, y bella. Su hermano realizó “una investigación magistral sobre la vida secreta” del mismo texto, y hoy nos estamos enterando de que existe. ¿Por qué no nos ha llegado antes su valía?
Es lo que yo digo: lo científico interesa solo a unos pocos. Por tanto, un editor no va a arriesgar su dinero para publicar un texto que apenas si lo va a poder vender, que es la fuente de sus ingresos. Todos aquellos que trabajan científicamente son inteligentes; en absoluto listos.
Esta distinción se la suelo plantear a mis alumnos desde que tengo uso de razón (hará unos pocos años, aunque soy sexagenario). Les pregunto: ¿sabéis qué diferencia hay entre ser listo y ser inteligente? Ellos oscilan con respuestas poco atinadas, o se callan. Cuando les doy mi versión, suelen decir: “Eso es lo que dice mi padre de mi hermana pequeña: «¡Qué lista es!»”. Pues la cita de hoy me sirve para indicar que el hermano de Gabriel, Yiyo, fue inteligente. No lo he consultado con García Márquez, pero dado el cariño con que nos cuenta esta anécdota, estoy seguro de que daría la venia a mi argumento.
La persona inteligente es aquella que tiene capacidad para descubrir nuevos recursos, planteamientos o posibilidades entre los diversos elementos culturales y científicos que nos rodean y los pone al servicio de los demás. El listo es el que recoge estas ofertas de los inteligentes y se aprovecha de ellas. Por eso, el editor es un tío listo: sólo publica lo que sabe que se puede vender. La novela, si es entretenida, sí; el estudio científico, no. Igual que la niña pequeña, que necesita satisfacer su necesidad o su capricho, y escoge lo que le apetece: por eso dice su padre que es muy lista. Nunca mejor dicho, porque una cría de esa edad no puede descubrir cosas para la humanidad, sino solo para su provecho.
Por tanto, la inmensa mayoría de las personas somos infantes que nos aprovechamos de lo que unos pocos intelectuales nos ofrecen desde el discreto silencio de su esfuerzo continuado.
Tal vez convendría enviarles un sentido mensaje de agradecimiento a todos ellos. Como son minoría, no creo que nos salga muy caro.
03-07-04.
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