Hace meses que murió don Isaac y todavía no he escrito sobre ello.
No, no he escrito porque decidí dejar margen, el margen de los que ante el suceso y con más motivos y sentimientos que yo se decidiesen a hacerlo. También porque las palabras, escritas o dichas, hay que medirlas y sopesarlas si no queremos que sean meros artificios, vaguedades, nulidades…
Me pilló el suceso fuera de Úbeda y no me enteré de lo que había pasado hasta que transcurrieron unos días: de sorpresa. Tampoco pude acudir a la misa que luego se le celebró —ruego a la familia que me perdone—. Así es cierto que, ante lo sucedido, lo chocante pudo ser mi ausencia.
Y ahora me pongo a escribir estas líneas a modo de testimonio, ya tal vez fuera de tiempo.
Don Isaac y don Jesús en la Asamblea de septiembre de 2003.
Tras ellos Francisco Haro, Blas Velasco y Dionisio Rodríguez.
Sé que entre las diversas promociones de alumnos de Magisterio en los años duros de la posguerra, en los difíciles años de consolidación de la Institución Safa, la influencia de este hombre fue fuerte, decisiva tal vez en algunos de ellos. Reclutado de entre aquellos a los que la guerra incivil había truncado su vida, sus planes, sacado de contexto y de la vía que inexorablemente los debía de haber convertido en curas, en jesuitas, tal vez arrancado de una vía determinista y como tal ya asumida, Melgosa fue trasplantado a las tierras del sur para ayudar a —este sí era cura— Villoslada a plasmar la idea que se le había metido en la cabeza.
Creo sinceramente que nunca asimiló este cambio, este truncamiento de su vida.
Lo pusieron delante, en la vanguardia, con la élite del alumnado que se debía formar, en Magisterio. Podía por su cultura, podía por su capacidad y podía porque comulgaba con las ideas que en aquellos tiempos se desarrollaban, religiosas, políticas, sociales. Al fin y al cabo el modelo educativo era netamente jesuítico y no le resultaba ni extraño ni duro. Y lo aplicaba, vaya si lo aplicaba…
Pero como en otras ocasiones la vida le fue también cambiando, se la fueron cambiando. Le hicieron dejar Magisterio para pasarlo a lidiar con chicos de oficialía, en el internado también y en las clases. Luego a la Primaria. ¿Un formador de formadores dando escuela a mequetrefes? Sí. Ahí concluyó su regresión. La Institución no hizo nada por él al respecto. Los servicios prestados se olvidaron. Quiero escribirlo así de claro, porque creo que no falto a la verdad. Es lo que sucede por lo común con tantos y tantos maestros, profesores y educadores que tras largos años de ejercicio de la profesión terminan por lo general sin pena ni gloria; a lo más, un sucinto homenaje de jubilación, y adiós.
Pero, si bien muchos de nosotros tenemos escasas capacidades y méritos para reclamar ni merecer nada, en el caso que me ocupa la cosa debía haber sido distinta.
En los años que se paseaba por nuestra ciudad, ya jubilado, siempre tenía unas palabras, cuando se cruzaba conmigo o yo se lo hacía notar (pues no tenía la vista en condiciones). Palabras sobre tal o cual artículo mío que había leído, siempre de ánimo. Y es que ciertamente él se alegraba al saber que cualquier alumno que había pasado por su lado, por su aula, por sus manos, había logrado tener cierta notoriedad por alguna causa justificada, por estudios, por investigaciones, por sus escritos o pinturas, incluso por haberse enganchado a la política y ser alcalde o algo por el estilo. Vivía, lo que tal vez él no había conseguido, en lo conseguido por sus alumnos.
Esta es a mi entender la verdadera entraña de su vida y su verdadero significado; y esta es la manera que yo tengo de manifestarlo.
Descanse en paz don Isaac Melgosa.
15-06-04.
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