Yo conocí a Antonio Casado en Talarn (Lérida), cuando hacíamos el primer campamento de las llamadas Milicias Universitarias. (Entonces no se había escrito en el monte, adonde íbamos a realizar nuestras prácticas de tiro, A ESPAÑA SERVIR HASTA MORIR). Los acuartelados aspirábamos a conseguir el honroso título militar de Cabo Primera. Allí coincidimos algunos compañeros de la Safa, entre ellos, mi querido Paco Peláez.
Antonio dormía en la litera superior a la mía, porque estábamos ubicados por orden alfabético de apellidos. Eran bloques de tres literas, agrupadas de dos en dos. Los vascos, raros y aislados, discretamente “rebuznaban” de vez en cuando en contra de su situación, tanto física como psicológica. (Estoy hablando de tiempos de Franco: 1965). Los catalanes eran amables, pero insoportables con su idioma: en el comedor no teníamos puestos fijos asignados, y si coincidías con dos o más de ellos, “apañao” ibas con la conversación entre plato y plato; aunque les pidieras por favor que hablasen en español, no te hacían caso.
Antonio y yo participamos en un acto académico, al final de nuestra estancia militar, del que él fue su excelente presentador y en donde yo intervine como guitarrista de un improvisado conjunto vocal. Los mandos y jefes lo felicitaron efusivamente, por su excelente presentación. Yo también.
Pero nuestra mutua simpatía se originó a lo largo de los tres meses de nuestra estancia leridana, porque los dos queríamos ser periodistas. Yo ya estaba trabajando como maestro en el Hogar del Empleado de Madrid. Él no tenía trabajo. Volvimos a Madrid desde Talarn, nos deseamos lo mejor, y un día me llamó para que le acompañara en su trabajo inicial en la Agencia Efe, de mano del padre del famoso y fallecido Antonio Herrero. (Por eso se conectó con la Cadena Cope, andando el tiempo. Hoy, por discrepancias ideológicas, Losantos se lo ha cargado).
Entonces, un periodista tenía la posibilidad de triunfar personalmente, porque la manipulación desde el poder económico estaba controlada por el director del medio de comunicación. No se habían aunado dinero e información.
Hoy los tiempos han cambiado: el dinero condiciona la información.
Os adjunto dos artículos de hace casi un año. Ambos periodistas (uno de ellos es Antonio) escriben en “El Confidencial.com”. Su ideología no es coincidente; pero, de vez en cuando, están de acuerdo, como ocurre en este caso.
La Semana Con Lupa
LA GRAN FICCIÓN DE LA INDEPENDENCIA PERIODÍSTICA Y LOS MALES DE UN OFICIO EN ESTADO COMATOSO
Por Jesús Cacho
02/08/2004
El viernes pasado, en los cursos de verano de la Universidad Menéndez Pelayo de Santander, el Nobel José Saramago propinó un duro correctivo al oficio periodístico, del que dibujó un perfil tan exacto como demoledor, denunciando, entre otras cosas, el concubinato en que se han convertido las relaciones entre los medios de comunicación y los partidos políticos.
Ayer domingo, en entrevista de contraportada del diario El País, los veteranos José Martín Gómez y Josep Ramoneda, hablaban también de los males de la profesión al referirse a la crisis de todos los géneros periodísticos. “No se puede saber de quién es la culpa. Los jefes dicen que los curritos se han apoltronado, y los curritos, que los jefes no les dejan arriesgar. Tienen mucha culpa los gabinetes de prensa”.
Al margen de la boutade que supone echar las culpas de la postración en que vive el periodismo español a los gabinetes de prensa, lo cierto es que buena parte de la profesión, si no toda, reconoce la tremenda crisis por la que atraviesa el bello oficio de informar con independencia y libertad. Hablo de informar, que opinar es otra cosa. Y como en un triste Guadiana, el problema aflora de cuando en cuando en veraniegos J’accuse, sin que por ningún lado aflore el deseo ‑terminante, definitivo, total‑ de poner remedio al cáncer de un oficio que, como dice la gran Oriana Fallaci, “puede curar o matar”.
Relatar los males de este enfermo es tarea que supera con creces los límites de este artículo. Aquí hay materia suficiente para un gran libro en el que habría que hablar in extenso de la nefasta influencia ejercida por el líder indiscutido del sector, desde el punto de vista empresarial: el Grupo Prisa. Saben ustedes lo que pienso al respecto. Prisa no es un grupo editorial al uso en el mundo occidental. Muy al contrario, es un formidable grupo de presión, de Poder, en estrecha alianza con uno de los dos grandes partidos españoles, ahora en el Gobierno, al punto de que, en esa estrechísima simbiosis, no se sabe dónde acaba Prisa y empieza el PSOE, y viceversa, quién es Prisa y quién PSOE, si Prisa es del PSOE o es el PSOE de Prisa.
Por eso, no deja de ser una suprema ironía, y una representación excesivamente gráfica de la gravedad de la situación, que Saramago hablara en Santander en un supuesto curso sobre “ética periodística”, como suena, cuyo director era, ha sido, ni más ni menos que Alex Grijelmo, veterano periodista de El País, recientemente nominado por el dedo del Gobierno Zapatero para dirigir la Agencia EFE. ¡Toma concubinato!
El estilo de hacer periodismo que el Grupo Prisa ha impuesto en España ha tenido efectos letales para la salud moral, incluso mental, del oficio. Porque el resto de los grupos se ha dedicado a hacer polanquismo, a tratar de marcar la agenda política del gobierno de turno, a hacer favores a los poderosos, a esconder los escándalos de esos amigos poderosos, y así sucesivamente. La mayoría de las veces, todo hay que decirlo, lo han hecho, lo hacen, bastante peor que Polanco, que en eso es un maestro.
El resultado es un horizonte devastado por la ausencia de auténticos editores vocacionales (para los polancos y polanquitos españoles, vender periódicos es sólo una parte del negocio), en el que ha desaparecido la figura del director tradicional como punto de equilibrio entre la redacción y la propiedad del capital. Los directores de los medios son hoy empresa, y, en su mayoría, participan de la propiedad del capital. La resultante es la exigencia de militancia al periodista de a pie, incapaz de escribir algo que intuya pueda perjudicar los intereses empresariales del grupo (o de los amigos del dueño del grupo).
La situación vale para el periodismo político (rehén de esos increíbles off the record al que le someten los partidos y sus líderes) y para el económico. Aunque mucho más competitivo que el político, también el periodismo económico está siendo víctima de los efectos devastadores de la falta de independencia empresarial y del encamamiento entre los editores y los grandes grupos de poder económico y financiero. La concentración empresarial ha resultado, a estos efectos, nefasta para la libertad de expresión. Los grandes anunciantes dictan lo que se puede y debe decir en los medios de comunicación. Así de duro; así de terrible.
Y luego está la vieja y tradicional corrupción. Y ese deseo, convertido en hábito, de mucho periodista senior de vivir muy por encima de lo que su talento y capacidad de trabajo le reportarían en un mercado abierto y sin corruptelas de ninguna clase.
[…]
¿Soluciones? Sinceramente, no las veo desde el punto de vista colectivo. Soy contrario a todo lo que suene a regulación, códigos de conducta, códigos deontológicos, asociaciones de prensa y por ahí. Sólo creo en el individuo. En el trabajo diario y bien hecho. En la honestidad e independencia personal. Y que cada palo aguante su vela, porque el lector es sabio y el tiempo acaba poniendo a cada uno en su sitio.
La Semana Al Grano
LOS CURSOS DE VERANO SE EXPLAYAN SOBRE EL PODER DE LA PRENSA Y LA INDEPENDENCIA DEL PERIODISTA
Por Antonio Casado
09/08/2004
Como dice mi querido colega, Jesús Cacho, los “j´accuse” sobre el estado de la Prensa son para el verano. Sólo en las llamadas universidades de verano se monta algún tablao para hablar de la baqueteada independencia de los periodistas. Y después, a sestear. O sea, a interpretar la melodía del Poder. El Poder con mayúsculas y sin apellidos. El que paga. Porque quien paga al gaitero elige la tonada. Ojo con los apellidos. Si, por ejemplo, hablamos del poder político, ya estamos perdiendo la perspectiva. El poder político, a lo sumo, marca el tono a los coros mediáticos con los que vive en alegre concubinato, en expresión utilizada por José Saramago y repicada por Cacho la semana pasada cuando se refería a las relaciones entre los medios de comunicación y los partidos políticos.
Los pies en el suelo. Aterricemos. Hablemos de España. En este país nuestro, insisto, el tono lo da el Gobierno de turno y los coros mediáticos le siguen. Pero en la partitura de ambos está escrita la melodía del Poder. Con mayúsculas, para distinguirlo del poder político, que es contingente y se limita a practicar un tráfico selectivo de favores en circuitos que pasan por el Boletín Oficial del Estado. Ahí están, en los primeros puestos de la cola, las empresas propietarias de los medios de comunicación. Y ahí sucumbe la independencia de criterio del periodista, cuya ubicación natural ha de ser de desconfianza frente al Poder, salvo sospechosa renuncia a su función crítica.
Se me convoca a una mesa redonda en los Cursos de Verano de El Escorial. En las primeras comunicaciones de los organizadores, el tema a debatir es una interrogante: “¿Cuál es el poder de los periodistas?”. Pero en la última, desaparecen los signos de interrogación: “El poder de los periodistas”. El primer enunciado es más provocador. El segundo, simplemente, es falso. Cuestión de poderes frente al Poder. Pero el Poder ya no es político, o no exclusivamente político, y el poder de los periodistas no existe como existía en 1810 (Ley Argüelles sobre Libertad de Imprenta) o ha existido en momentos concretos de nuestra historia. Eso ha terminado en la época de la globalización y la concentración de grandes poderes económicos y financieros que, ocasionalmente amontonados con el poder político de turno, forman un club que, naturalmente, se reserva el derecho de admisión. Los socios españoles caben en una mesa redonda de seis u ocho plazas.
Pongan ustedes los nombres: Botín, Zapatero, por supuesto Polanco, Francisco González, Alierta y pocos más, según su capacidad para pagar más o menos al gaitero. En discreta negociación se decide la melodía que luego interpretarán los gobernantes y los medios de comunicación a mayor gloria no de los intereses generales sino de la conveniencia negociada en el seno de ese club (el Poder) donde cada cual se acomoda en un sutil juego de relaciones de poder.