24. Ansias e inquietudes

Los días, las semanas y los meses fueron pasando como si aquello nunca se fuese a acabar… Se sucedían ánimos y esperanzas (tras oraciones fervorosas y ruegos a lo alto) con momentos de inquietud y decaimiento (donde la desconfianza llegaba cual ráfaga de viento).

¡Qué soledad y tristeza sentíamos al tener la tentación de la desconfianza! Pensábamos que Dios se había alejado tanto de nosotros que no merecíamos su socorro ni sus auxilios… Por eso, clamamos como el profeta: «¿Hasta cuándo, Señor, me olvidarás para siempre? ¿Hasta cuándo apartarás de mí tu rostro? Levántate y no nos deseches para siempre. ¿Por qué apartas tu rostro, te olvidas de nuestra miseria y de nuestra tribulación? Levántate, Señor, ayúdame: y redímenos por amor de tu nombre».

La soledad y la tristeza nos perseguían en aquellos largos días…; mas aún no era la hora de sus consuelos: habíamos de esperar, por duro que fuese; el fin estaba lejos… Lo comprendí cuando abrí el Nuevo Testamento por el primer versículo: «Os hago saber del hermano Apolo, que le rogué mucho, que fuese a vosotros con los hermanos: y en verdad no fue su voluntad de ir ahora a vosotros; mas irá cuando tuviese oportunidad. Velad, estad firmes en la fe, portaos varonilmente y sed fuertes» (I. Cor. XVI-12, 13).

Entonces se serenó mi espíritu, me llené de santa paciencia y pedí fortaleza, pues comprendí que faltaban otras pruebas; por lo que todas nuestras súplicas y preces al Señor concluyeron con: «Hágase tu voluntad…».

Pronto llegaron los días más duros de mi calvario: precisamente el mismo Viernes Santo. No tuve más remedio que enfrentarme a la prueba y aguantarla «Firmes en la fe», como nos decía San Pablo.

Corrió por la ciudad un rumor: que yo estaba vivo y escondido en una casa (y hasta señalaban cuál era). Por entonces, las autoridades iban buscando a varios religiosos y sacerdotes que se encontraban escondidos, por lo que hicieron mil registros sin hallarnos… Por fin, el día 19 de marzo de 1937 encontraron, detuvieron y metieron en la cárcel al párroco de San Pablo. No sabíamos si lo fusilarían aquella misma noche, pues a otros les habían quitado la vida simplemente por ser sacerdotes…

Mas pasó la noche y no lo mataron, sino que a los dos o tres días lo trasladaron a la cárcel de Jaén, donde tendría alguna esperanza de vida… Pero nosotros, aunque escondidos, quedábamos en peores condiciones, pues no sabíamos cómo terminaríamos aquellos trágicos momentos, cuando se producía la caza de sacerdotes y religiosos…

Úbeda, 14 de abril de 2013.

fernandosanchezresa@hotmail.com

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