La causalidad, el azar y el destino en la Historia, 1

Todos los historiadores y profesores de Historia saben –sabemos‑ que el principio de causalidad es esencial para entender los movimientos históricos. Los alumnos, cuando estudiáis un tema, comenzáis analizando las causas: internas o externas, próximas o remotas, profundas o superficiales; los antecedentes, que forman un hilo conductor por el que se accede al futuro, desde el pasado; y los factores: económicos, sociales, demográficos, políticos, ideológicos… cuya diferenciación con las causas, en ocasiones, es de pequeño matiz. En todo caso, causas, antecedentes y factores forman un núcleo definido que da forma al principio de causalidad. Y, en ese sentido, según acertada definición del historiador británico Edward Hallet Carr, el estudio de la historia es el estudio de las causas.

Dadas estas causas, estos factores, estos antecedentes… es obligado que se den estos hechos. Pero surge la pregunta: ¿necesariamente? Y es que toda esta cadena, si la seguimos con todas sus consecuencias, nos podría llevar a un determinismo histórico, tan denostado (ya se sabe, el determinismo marxista). En general, no podemos aceptar el fin de la secuencia histórica como algo inapelable o irremediable. Por eso me resisto a aceptar aquel No fue posible la paz de Gil Robles. Claro está que él, entre otros, había hecho imposible la paz, al apoyar el golpe de Estado del general Franco que dio lugar a la Guerra Civil española (un auténtico pirómano que, lógicamente, no podía convertirse en bombero). La matización que podríamos hacer al determinismo es que, si bien con tales causas se llegaría a tales resultados con toda probabilidad, tendrían que cambiarse las causas para que hubiese un cambio en los resultados.

Gil Robles (Jefe de la CEDA), autor de No fue posible la paz.

Pero, aún así, el determinismo apenas deja lugar para el accidente, la casualidad, la contingencia, el azar. Y, sin embargo, comprobamos que en la historia suceden hechos muy importantes cuya deriva ha sido provocada, sin duda, por el azar, aunque éste haya sido forzado (luego desarrollaré lo relativo a la influencia del azar en la historia, pero antes comentaré brevemente la presencia del destino).

Efectivamente, referido a determinadas personas, más que a los grandes movimientos históricos, hemos de resaltar lo que se conoce como destino. Así es frecuente oír o decir: «El destino lo ha querido», «Era su destino», etc. Yo entiendo el destino como una especie de fuerza sobrehumana, más que sobrenatural (para evitar su posible vinculación religiosa), que parece presidir el desenlace de los grandes momentos de la vida de una persona, incluido el de su muerte, sobre todo si ésta se produce por accidente. Algunos, no obstante, identifican destino y providencia.

Habréis dicho o escuchado muchas veces: «Si Dios quiere» o «Dios lo ha querido», expresiones peligrosas desde el punto de vista de la autonomía del hombre, porque puede poner en duda la existencia del libre albedrío, cuestión filosófica que ha suscitado numerosos debates doctrinales. No olvidemos que el calvinismo (siglo XVI) sostenía como cuerpo central de su doctrina la tesis de la predestinación, según la cual, durante la existencia del hombre aparecían indicios o síntomas de su salvación o condenación (predestinados o réprobos). El éxito en los negocios, por ejemplo, era signo de esa predestinación. Así, Max Weber establece una intensa relación entre calvinismo‑protestantismo y capitalismo. Un siglo más tarde, en el XVII, el jansenismo, que seguía de manera radical la teoría agustiniana (Agustín de Hipona) sobre la gracia divina y, por tanto, ponía en cuestión el libre albedrío, fue condenado por el Vaticano. José Antonio Primo de Rivera, fundador del partido fascista Falange Española, definía a España como una «Unidad de destino en lo universal», revistiendo este destino de un carácter místico‑religioso que añoraba la etapa imperial de la Historia de España, calcando de la Italia fascista esa mirada retrospectiva de la Historia, pues ya sabemos la influencia que la Roma imperial ejercía en la doctrina mussoliniana.

Está claro, lo repetiré, que el principio de causalidad es el eje principal alrededor del cual gira la historia. Es, sin duda, la sustancia de la historia. Pero nadie en su sano juicio puede prescindir del azar, de la casualidad, de lo accidental y contingente en el devenir de los hechos históricos; lo que es difícil precisar es el alcance del azar en el desencadenamiento de los hechos históricos y, más complicado aún, asegurar que mediante el azar se le ha dado un giro nuevo o distinto a la historia.

jafarevalo@gmail.com

Autor: Juan Antonio Fernández Arévalo

Juan Antonio Fernández Arévalo: Catedrático jubilado de Historia

Deja una respuesta