Por Mariano Valcárcel González.
El caso de Sansón es como mínimo insólito.
Está considerado como uno de los jueces de Israel; mas solo “gobernó” veinte años y permítanme ustedes que dude de que realizase esta labor con eficacia, pues según mi parecer, el sujeto carecía de dotes tanto intelectuales como religiosas para esa misión.
Por lo tanto, lo primero que se nos viene a la mente es si de veras Yhaveh tenía alguna intención de contar con él para algo o es que se estaba aburriendo la deidad y optó por manejar al gigantón de la tribu de Dan por ver hasta dónde llegaba.
Ya de entrada, pertenecía Sansón a otra de las tribus menos significativas, tal vez en franca desaparición, tanto por estar rodeada de filisteos como porque otras hermanas (por ejemplo, la de Judá) crecían y se asentaban en sus territorios menos expuestos. Los danitas se dedicaban corrientemente a postularse como mercenarios en las continuas trifulcas de la zona. Precisamente, los filisteos, que eran de origen cretense y ya tenían una cultura bien diferenciada de la que podían tener las gentes de Dan, eran envidiados por sus riquezas y costumbres. Al israelita no le importó nunca cohabitar y mezclarse con aquellos vecinos.
El inicio de su historia no es más diferente del de otros: que si pareja sin descendencia, que si aparece un enviado supuestamente de Dios con la promesa de un embarazo milagroso (y de paso vuelve a pedir sacrificio de viandas que termina pasándolas a la brasa) y exigencia de consagración de por vida del vástago; para ello, nada mejor que estarse sin corte de cabello y procurarse unas trenzas o rizos muy graciosos.
Por ello, el nombre de Sansón, que sin duda tenía que ver con el sol y sus rayos poderosos. Así lo tendría que ver sus madre, arrobada, al jovenzuelo, fuerte como un toro y creemos que bello. Y él se lo sabía y no desperdiciaba aproximación a las damas fenicias. Importa aquí detenerse y observar las semejanzas, otra vez, entre lo que se nos cuenta en el relato judío y las leyendas y mitos de la antigüedad, especialmente la griega. Debemos llegar a un paralelismo entre Hércules y Sansón, que los dos matan leones como quien no quiere la cosa, se lanzan con cachiporra o quijada de burro a matar enemigos numerosos, se rodean de columnas referenciales…
Era un chiquilicuatre, admitámoslo. Se casa y piensa tangar a los invitados con su labia y chascarrillos; cuando la mema de la nueva esposa descubre el pastel (como era un bocazas, al final todo se lo acababa contando a las mujeres, en cuanto le hacían dos arrumacos y eso sería al final su perdición), los estafados exigen la deuda de la apuesta, que él no tenía, claro, y al final se va a Ascalón y acaba con treinta inocentes a los que despoja de sus vestiduras para entregarlas en pago. Cuando lo hace, va y les larga lo siguiente: «Si no hubieseis arado con mi novilla, no habríais adivinado el acertijo».
¿Cómo interpretarías, lector, esa frase? Me da que maliciaba que la hembra se había corrido una juerga con los mozos de la boda, lo que llevó al papá, que tal vez lo sabía, a anular el casorio y proponerle a la hermana menor. Y Sansón, que se habría encoñado (perdóneseme la expresión) con la anterior, monta un incendio forestal a la más vieja usanza, lanzando zorros con las colas incendiadas que arruinan la cosecha de cereal, ya madura para la siega. Como se largó por piernas a una cueva, en territorio de Judá, los enemigos se entretuvieron en prenderle -a su vez- fuego, tanto a la casa del suegro como a sus moradores. Los judíos, cobardicas ellos, deciden entregarlo para evitar represalias. Mala decisión para los filisteos, pues -una vez en sus manos- se revuelve con toda su fuerza y se lía a matar a diestro y siniestro, ayudado de una quijada de jumento (a este le daba por escarbar en esqueleto que veía tirado por ahí, pues de uno de león sacó miel del panal alojado allí y de ahí la adivinanza chusca de la boda citada que era: «Del que come, salió comida; y del fuerte, salió dulzura»).
De puticas iba de vez en cuando el mozarrón; ya digo que debía serle resultón a las hembras, y esas aficiones las conocían sus enemigos, que en Gaza lo esperaron que terminara. Es de suponer que saldría algo debilitado, pero el hombre salió, se cargó las puertas del sitio y se las llevó algo lejos. Todavía no me cuadra esta última hazaña. O las puertas eran una birria o eran meramente las de un corralón exterior a la ciudad.
Tampoco me cuadran las supuestas virtudes de este tío para haber quedado como miembro de la categoría de jueces bíblicos. No luchaba por su pueblo, no guardaba las condiciones de su consagración salvo el hermoso cabello, se apacentaba en coyunda con toda mujer filistea que se le pusiese a tiro… En realidad, creo que era un camorrista de labia fácil que se escudaba, cuando le convenía, en el fundamento de sus creencias.
Ayuntó con la filistea Dalila, que no debía estar muy mal. Y tenía verdaderas artes de seducción. El memo caía rendido una y otra vez, incluso cuando ella le preguntaba el secreto de su fuerza; por dos veces, le contó varias milongas (que demostraban ser falsas a costa de los mamporros que los filisteos recibían); pero, como a la tercera va la vencida, ella logró conocerlo y, nada, que lo dormimos bien y le hacemos una tonsura total. Así fue y así se perdió. Como a cualquier esclavo, lo amarraron a una piedra de molino, previa ceguera provocada, y allí pasaba sus tristes días. De la malvada no se supo más.
Como ciego, y siguiendo la tradición y dada su labia, contaba historias y tal vez las cantase. Por ello, lo llevaron al templo de Dagón en ocasión festiva y puede ser que lo ataran, como pidió, a las dos columnas principales de entrada del mismo. Dándose cuenta de la miseria de su situación y reconociéndolo y arrepentido, suplicó a Yhaveh que le devolviese su fuerza (lo cual no fue difícil, porque ya le había crecido el pelo); entonces, decidió: «Muera yo y conmigo todos los filisteos». Así fue, tiró y tiró, y mientras los otros se reían, él más tiraba hasta que la estructura cedió. Cayó todo y cual terremoto inevitable sepultó a los concurrentes.
Dicen que se llegaron sus deudos y lo recogieron y le dieron piadosa sepultura.
Esta fue la historia del juez más controvertido y extraño que tuvo el pueblo israelita.